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Literatura

Buenos Aires - Argentina
Año X - Nº 42 - Enero / Febr. 2014
PORTADA   TEMARIO   INDICE TEMATICO   N. ANTERIORES   CONTACTO   QUIENES SOMOS

Teresa Ternavasio

Recuerdos del barrio pobre

Manuelita O

 

l  -  Calles de greda, tierra roja que apelmaza la huella.

Tardes que se alargan, esquivando la negrura de la noche,

con su abstinencia de luz eléctrica.

Comidas  de pocos ingredientes.

Rostros resignados alrededor de la mesa sin mantel.

Un perro flaco esperando su turno

y los niños  agrandando los ojos.

Mesa de plegarias livianas,

de acuerdo al hambre.

Pero Manuelita O es feliz,

Con estas cosas tiene felicidad,

más adelante concebirá sueños

Y los sueños serán  pasaporte para otros mundos

que todavía no conoce.

 

ll  -  Entre tanto niño rubio, hijo de gringos,

Manuelita se distingue por su piel café

y sus manos con verrugas.

Temprano se incorpora de la cama

para ver el sol que se  resquebraja

contra la ventana de vidrios rajados.

El perro que ha buscado tibieza

en la colcha de urdimbre gastada,

-que el descuido  desparrama

sobre el ladrillo húmedo del piso-

se tambalea cuando ella pega el tirón

para levantarse.

A la mañana, en la casa de Manuelita,

la pobreza tiene olor a leche mezclada con café

y pan  del día anterior,

ablandado en el brasero.

Afuera, entre tanto verde, los pájaros festejan

y la canilla que gotea, les presta su ritmo.

 

lll  -  Una manzana que muerde de a ratos, 

la acompaña hasta La Escuelita.

La que a ella le corresponde asistir,

porque los vecinos dictaminaron

que, de las dos escuelas de la zona, 

esa sería la de los niños pobres.

Y Manuelita O era pobre.

Algún día,

cuando emigre de su mundo de papel,

pintado con flores azules y rojas,  se enterará..

Mientras tanto, sigue saltando

con su blanco delantal de tres tablas,

recitando…recitando:

dos por dos, cuatro, tres por dos seis

 

lV  - Siestas de safaris,  por el barranco que orilla el barrio.

Aventura que de tanto en tanto, realizan los chicos con Manuelita,

viviendo desde la intriga, hasta la ansiedad de la lagartija escondida

que se escurre entre los espinillos.

Saborear las uvitas del campo, con el riesgo de la indigestión

Subir y bajar cuestas del terreno no urbanizado.

Esquivar  piedras sobre las que se asienta   el coraje,

dejando atrás la sensación de miedo ante  el  desafío.

Regreso de la siesta de otoño,

con el sol  madurando las ganas de ser grande

para descubrir lugares escondidos en los mapas.

Manuelita O ríe.

Alguien le toma la mano.

No importan sus verrugas.

 

 

V -  Manuelita O cree en Dios,

¡Vaya que si cree!

Cita sagrada la del domingo a las nueve,

en la capillita del barrio.

En el primer banco, asentando el cuerpo y cruzando las  piernitas flacas,

espera al cura, para recibir  la bendición.

Jesús la conoce. Ella es la que ofrece el sacrificio de andar cien metros,

saltando en un solo pié.

Manuelita va y viene, sin descansar, porque lo ama.

En el hogar humilde aprendió a rezar,

y las palabras santas, se pegaron para siempre a su corazón.

Mientras con un yuyo perseguía mariposas, dulce y acompasada repetía:

Padre nuestro que estás en los cielos…

 

 

Vl  -  Los ojos en la cara morena

languidecen  cuando los doce años de Manuelita O

se prendan de la sonrisa del muchacho,

que imagina  -desde la pantalla del cine-  la mira  a ella.  

Está rara. No sabe si triste o contenta

Una telaraña mágica la aprisiona.

Se pone un caramelo de leche en la boca

y lo ajusta con la lengua al paladar.

Está cruzando un umbral que la encandila,

aunque la luz esté apagada.

Ahora  Manuelita O sueña, dormida, despierta.

Hablará con su madre sobre las verrugas.

 

 

Vll  -  Se sienta en cuclillas.  

Apoya la espalda sobre el alambrado

que contiene la verja de ligustros

y  Manuelita O, con los ojos puestos en cualquier parte,

siente que la vida pasa  sin que la toque.

Solo las matemáticas alteran sus días de sueños.

Cumplirá catorce años y no hay chicos en su vida ¡Qué horror!

¿Será porque soy negra? Se pregunta. Ya casi no tengo verrugas.

Ni una cosa, ni la otra Manuelita.

El amor te espera, a la vuelta de cualquier esquina,

justo sobre la calle que algún día,

envuelta en ilusiones,

caminarás dichosa.

 

 

Vlll  -  ¿Cuántas veces lloró?  Ni se acuerda. Tal vez nunca.

Los niños pobres no tienen berrinches, ni caprichos,

porque en la pobreza

no hay lugar para estas cosas.

El aire pesado y gris de una tarde de otoño,

llenó la boca de Manuelita de burbujas con un sabor que no conocía.

Por momentos agrio, quizás amargo, pero siempre feo.

El perro flaco lanzó  un gemido y toda la casa se estremeció.

Un pájaro salió de entre las ramas de un naranjo

y voló hacia las alturas,

 como las cañitas encendidas en navidad. 

Mal presagio.

La mamá enfermó gravemente

y Manuelita O lloró lágrimas tan transparentes,

como la de los chicos blancos.

 

 

lX  -   La muerte no tiene amigos, ni enemigos.

No es bienvenida, pero cuando toca la puerta,

la recibe  el dolor, como buen anfitrión. 

Ella visitó la  casita con pisos de ladrillo 

y se llevó en andas,

como el viento que empuja una pluma,

la vida de la mamá de Manuelita.

La pena la tomó en sus brazos.

Cuando por la mañana, se miró en el  único espejo,

quebrado en un ángulo,

que colgaba  de un clavo en la pared sin revoque,

ya no era la misma.

Vibraba al compás de la tristeza,

porque la vida, sí, por primera vez,  la había tocado.

 

 

X  -  En su juego de malabares,  el destino revoleó sus bolas

para cualquier lado.

Quiso  la gravedad que por su inevitable efecto,

terminaran en las manos de quien las manejaba.

Y Manuelita O mudó su vida a un barrio de planes.

Una gran máquina y muchos hombres

demolieron la casa, que vencida, entregó su pobreza.

Los  pájaros, huían asustados buscando otros nidos.

El perro disimulaba su temor husmeando y moviendo la cola,

tal vez tratando de congraciarse con los visitantes.

A un costado, tirada, como en un campo de batalla,

la pileta de lavar la ropa.

El polvillo, en su liviandad, buscaba la atmósfera

y al elevarse llevaba como estandarte,

el espíritu de una niña, morena, con verrugas en las manos.

Cuando alguien posa   los  ojos sobre la gran casa,

que yergue su altanera  victoria,

los vecinos dicen:

es la casa de Manuelita O.

 

 

TERESA TERNAVASIO (Córdoba, Argentina)
“Cuando terminó mi vida laboral -dedicada a los negocios-  me avoqué a lo que siempre me apasionó: EL ARTE. Comencé hacer talleres de escritura narrativa y poética. Pude descubrir tantas cosas dentro de mí. Mis días transcurren escribiendo y leyendo autores. Tomo clases con las profesoras-escritoras: Lic. Leonor Mauvecin  (narrativa) y Livia Hidalgo  (poesía).
Breve reseña de antecedentes y experiencia: Intervine en las siguientes Antologías:
Cuentos sin apuro (coordinado por el escritor Jorge Felipa)
Voces que cuentan 2 y  Voces que cuentan 3  (ambos coordinados  por la Lic. Leonor Mauvecin)
Pasado en Limpio (coordinado por la escritora Livia Hidalgo)
Próximamente presentaré mi libro de poesías  dedicado a mi hijo (encontró la muerte a los siete años).  
Escribo con el alma y mi deseo es llegar a la de los lectores.

ternavasio@hotmail.com

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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