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literatura

Buenos Aires - Argentina
Año XI - Nº 43 - Marzo / Abril 2014

         

Peinados en tiempo de Felipe IV

 

 

Felipe Martínez Pérez

   La época de Felipe IV se corresponde con la puesta en escena de una considerable cantidad de peinados que lucen su esplendor a la vista y sin tapujos. De distinta complejidad, sobresalen importantes trabajos, de ellas mismas o de los peluqueros, dependiendo del bolsillo. Y casi todos los estilos son llevados al lienzo por Velázquez. En los retratos de reinas, infantas y nobleza en general están reflejadas cocas y almirantes, pericos y  hucas,  así como trenzados y arandelas. No  hay que olvidar que los peinados han perdido altura y minucias costosas, por lo tanto mayor cantidad de mujeres pueden estar a la moda, la cual, surge de palacio. Por los últimos Austrias no es tanto el costo del peinado lo que puede ser impedimento sino que pasa por el trabajo de realizarlo y mantenerlo en su sitio que, como es habitual, denota y refleja escala social. El peinado debe encajar como un guante en la condición social, pues no solo importa la figura y rostro o el garbo, sino la clase para portarlo.

 

     El estilo tradicional de partir los cabellos continúa con fuerza, aunque también se usa la raya al costado y recogen después en pequeñas trenzas que prestan mayor prestancia al rostro, como el peinado que lleva la Emperatriz Margarita de Austria. Es de destacar un estilo que hará historia, básicamente, porque lo llevan las damas que pinta Velázquez. Se trata de las cocas, que son las dos porciones de cabellos que una vez partidos se derraman a los costados; y se llaman hucas  cuando los dos haces se ahuecan y adquieren volumen llenos de gracia al exponerse rizados y flotantes. A veces, junto a las sienes y mejillas llevan alguna flor o broche de gran valor, tal el caso de la Infanta Margarita. Atavíos, adornos y peinados, abundan en proporción al propio entusiasmo y al interés que sobre ellos ponen los hombres.  Es una época de lujo desenfrenado y de gran desparpajo para inventar modas, pues no hay que olvidar como se verá en otra oportunidad la moda del guardainfante. Pero continuando con los cabellos es usual la costumbre de aplicarse postizos o pericos que van adelante asomados a la frente. Los tufos o guedejas muy rizadas que se dejaban caer por los costados tapando las orejas y llamaban bufos a los muy encrespados. Y el otro estilo era el almirante que también llegaba a la frente.

 

     Pues bien, con raya al medio o al costado recogen los cabellos por detrás con broches, desde donde nacen descendiendo por la espalda en espléndidas ondas; en ocasiones llevan postizos que nacen en los moños. No abunda la pedrería como en tiempo del segundo Felipe aunque salpican joyas por  sienes y frente o engarzadas en los tufos. Doña Isabel de Borbón era de un color trigueño y en todo hermosísima, según aseguran los embajadores franceses cuando se negocia la boda. Tuvo la suerte de que la retratara Velázquez en varias oportunidades y también por Rubens y gracias a ellos conocemos de su apostura y elegancia, y de lo que se llevaba.  A la muerte de Isabel, Felipe IV casa con su sobrina carnal, es decir, la hija de su hermana María casada con Fernando III; en realidad, dicha princesa estaba reservada para Baltasar Carlos, pero la casa de Austria manda.

 


Mariana de Austria - Velázquez - Museo del Prado - Madrid

 

     A doña Mariana no la pudo hacer mejor la imaginación según el decir de don José Pellicer, pues parece ser que talle y rostro eran agraciados y con un garbo especial, a lo que es necesario y puntual agregar que era muy blanca, y rubios sus cabellos. Cuando se confirman los esponsales la futura reina tiene trece años y Felipe IV ronda los cuarenta y dos y hubo que esperar dos años para su consumación. Velázquez la retrata  en varias oportunidades y se puede observar de forma magistral el trasunto del alma de la reina, y singularmente lo que interesa para este artículo: la calidad de los maravillosos peinados que ostenta, junto al desenfreno del guardainfante. La reina presenta una cabellera  de ordenados tirabuzones con un lazo en cada uno de ellos, siguiendo la línea de caireles. Trabajo arduo, coronado con una gran pluma, pleno de exquisito dominio sobre el equilibrio de formas y volúmenes que la favorecen al suavizar

el semblante. Se trata de un peinado casi idéntico al que luce la Infanta María Teresa también con un lazo rematando cada guedeja a manera de caireles.

 

     A la reina volvería a pintarla en Las Meninas junto al rey, reflejados en el espejo en unas efigies frágiles y etéreas, casi como una ausencia. En el mismo cuadro se asiste a un estupendo repertorio de primorosos peinados; se trata de los vistosos lazos que, a manera de coloridas mariposas se posan sobre los lacios cabellos de la Infanta Margarita, los ensortijados de doña María Agustina Sarmiento, menina a la derecha de la Infanta, y los discretamente aderezados de doña Isabel de Velasco. Los lazos de esta menina son rojos sobre cabello moreno, blancos los que se posan sobre el pelo castaño de la otra y de color rosado los de la Infanta, demostrando así, la inaudita pirotecnia de color, sugestiva y armónica, que brota del gran pincel.

 

 

     Velázquez pintó en distintas oportunidades a las dos Infantas y en todas ellas llama la atención el celo puesto de manifiesto en expresar el esplendor de los peinados. A doña Margarita la pinta siete veces y en otras tantas asume su edad por medio del peinado y vestimenta. La primera en 1654, se corresponde con el lienzo que se halla en el palacio de Liria, probablemente el modelo para la segunda en que ensancha las dimensiones y aparece con un búcaro. En ambos cuadros se observan cabellos lacios y una onda. El tercer retrato de 1655 se halla en el Louvre y recoge el pelo con un lacito. Las Meninas es la cuarta, y en el quinto retrato de fines de 1656 y principio del siguiente, que se conserva en el museo de Viena ya tiene el pelo largo y muy rizado. También en Viena el sexto pintado dos años después en el que se halla exquisitamente peinada con unos rizos muy vaporosos, y por último el séptimo, que se halla en el Prado y que no está terminado en el cuello, manos y parte del cortinado, pero demuestra su maestría en las florcitas, vestido, pañuelo y sobre todo en la cabellera partida a la mitad con espléndidas hucas o cocas lacias y rizadas.

 

   

 

     Se trata, en suma, de los cambios sufridos desde que contaba tres años de edad hasta los ocho o nueve en un pormenorizado cambio de estilo en que asume su desarrollo, así como su presencia y prestancia real. Raya central, guedejas recogidas entre las sienes, hucas esponjadas sobre cocas equidistantes, rizos flotantes en libre caída hasta los hombros, y los detalles de un magnífico broche o ramo de flores a la altura de las mejillas, demuestran, sin olvidar que es una niña, el acrecentamiento de

su porte de princesa. He nombrado a Las Meninas y tras los pasos de la enana Bárbola anduve por palacio, que contaré en próximo trabajo donde se pueden ver las cuentas que pasa el peluquero de la reina por la faena de peinarla y que forman parte de los propios de la enana.

 

 

 

 

         
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