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Buenos Aires - Argentina
Año XI - Nº 47 - Nov./Dic. 2014

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Los peinados de Isabel la Católica

 

Por el Dr. Felipe Martínez Pérez

   

      Isabel la Católica pone especial énfasis en el cuidado de su cabello, siempre ordenado y exquisitamente recortado, incluso cuando va tocada. Algunos cronistas han querido verla ajena a los atavíos y galas y lejos de mostrarse sensual y femenina, pero la gran reina, era presumida y muy elegante. Viste a la moda, cuida rostro y cabellos por medio de afeites y perfumes con gran lujo y boato. Lo cual, por otra parte, no añade ni quita un ápice a su cristianismo, ni a sus virtudes femeninas. Pienso que la faena de la vida y de la política, más que restar tiempo para su persona, la lleva a buscarlo y encontrarlo. Buenos momentos y sin duda placenteros, pasa a diario, cuando mima su figura en el tocador. Basta para tener una idea cabal, observar la imagen que a través de los cuadros quedan en la memoria, y entretenerse en la definición de las cejas lineales y poco pobladas que están de moda y requieren diariamente de cuidados depilatorios.

     Sin embargo, es común al referirse a esta Reina por antonomasia, traer a colación la pintura que la señala de medio cuerpo, con un tocado que en nada favorece su belleza y femineidad de las cuales hizo gala. Parece que se pretende  ocultar y desterrar sus gracias estrictamente femeninas y resaltar, aisladas, sus virtudes éticas y morales. Este cuadro muestra a una Isabel otoñal –fallece antes de cumplir los 54 años- con un tocado a manera  de gran casquete que tapa en su casi totalidad sus cabellos. No obstante pone un acento femenino al insinuar bajo el velo parte de su famosa cabellera rubia y seguramente “rubicunda” o pelirroja. Es probable que haya sido la misma reina la que se ha presentado ante el pintor, al natural, con las huellas del tiempo.

    Una peripecia, en suma, llena de sacrificios. Heredera al trono, la jura bajo el aliento de los toros de Guisando, la guerra final contra los árabes, las luchas contra los distintos nobles, en un noble intento por acabar con el feudalismo, los desvelos por la Nueva España y particularmente la férrea voluntad puesta de manifiesto en plasmar la realidad de la primera Nación. Todo ello, más la propia andadura como mujer y como madre, la muerte del príncipe don Juan cuando proyecto y expectativas pasaban por su futuro, las aflicciones por el estado de Juana y las infidelidades de don Fernando, al cual ama y respeta como estadista y estratega, deben haber causado mella suficiente como para que el retrato refleje una cara un tanto abotagada con boca y mejillas sumidas. Faltaría decir que paralela a la grandeza y sacrificios, marchaba la enfermedad socavando su físico, cáncer de útero e insuficiencia cardiaca por posible endocarditis.

     Es de cierto interés traer a colación una carta íntima de don Fernando a la Reina en que le recrimina, aparentemente “su pasado” con una cierta dosis de amor y de celos. “la veritable raison est que vous ne m’aimez pas. Soit, un jour vous reviendrez à vos vielles affectios. S’il n’en était ansi, je mourrai et vous seriez cause de ma mort” (1) Al parecer llevaba las riendas de todo: casa y estado. “Apercibí entonces que el rey es servidor de la reina… si el rey quiere despachar algunas correspondencias no se puede sellarlas sin permiso de la reina, que lee todas las cartas, y si encuentra algo que no le gusta, las despedaza en presencia del mismo rey. Éste no puede hacer nada sin permiso de la reina.” (2) Es probable que esta observación de los viandantes sevillanos sea exagerada y forma parte de la leyenda que marcha tras la luminosa realidad de la Reina; sin embargo, es innegable que todas las leyendas marchan junto a la verdad por trechos y esto era lo que se cuchicheaba por la calle.

     Volviendo a las pinturas se encuentra que es mujer y posa para el artista, a la moda, llevando enorme escote sobre una camisa de finísima tela, en la que hay bordados hileras de castillos y leones; descansa sobre el pecho una venera y un crucifijo. Pues bien, esta pintura en la que aparece reposada y grave de continente, no refleja ni su talante, ni su vida, ni su encanto femenino, ni su fama de bella. Es cierto que en algunos peinados aparece con tocado, pero no es menos cierto que se aleja de ellos en buena parte de los retratos, sobre todo, en los que se sabe que posó; por otra parte, la mayor parte del tiempo llevaba sus cabellos sin ocultar, luciéndolos después de un cuidadoso y pormenorizado peinado; cabellos partidos, que caen lacios a ambos lados y recoge por la nuca en dos espléndidos haces lisos que forman unas elegantes y bien trabajadas torzadas. En ocasiones lleva trenzas, o solamente una, larga y entretejida con finas sedas. “La princesa tenía… la cabelladura… muy larga y rubia, de la más dorada color que para los cabellos mejor parescer se demanda, de los cuales ella más veces se tocaba que de tocados altos y preciosos…” (3)

     Más claro, imposible; se constata que doña Isabel cifraba buena parte de su hermosura en el color de sus cabellos que acentúan su blanca piel y el azul de los ojos. Como asegura el anónimo autor de la Crónica Incompleta, más se tocaba con sus propios cabellos que con tocados. Hernando del Pulgar la describe con seguros trazos; “Esta Reina era de mediana estatura, bien compuesta en su persona y en la proporción de sus miembros; muy blanca y rubia; los ojos entre verdes e azules; el mirar gracioso y honesto; las facciones del rostro bien puestas; la cara muy fermosa y alegre. Era mesurada en los movimientos de su persona… Era mujer cerimoniosa en sus vestidos y arreos y en el servicio de su persona; e quería servirse de homes grandes e nobles, e con grande acatamiento e humillación. E comoquiera que por esta condición le era imputado algún vicio, diciendo tener pompa demasiada; pero, entendemos que ninguna ceremonia en esta vida se puede fazer tan por extremos a los Reyes, que mucho más no requiera el estado real.” (4)

     Hernando del Pulgar algo habrá cargado las tintas en las gracias que la adornan, pero se debe pensar que los “vicios” u ostentación de que habla, son ciertos, sobrepasando los lineamientos de la moral imperante. Sin embargo, la Reina es elegante y viste con pompa, como cuadra a una mujer de semejante rango. Gusta continuamente de llevar enormes escotes como está puesto en estilo, y en ciertas oportunidades queda el brial descubriendo  la blancura de la piel, como en otras la oculta bajo elegantes y costosas camisas; en realidad, no finge su debilidad por los arreos como se ve en las pinturas que la muestran con rostro hermoso y alegre. Tal el del convento de Santo Tomás de Ávila hoy en el Prado. “La adoración de la Virgen por los Reyes Católicos” y del cual interesa el detalle de la cabeza, que demuestra que “fue mujer muy fermosa, de muy gentil cuerpo e gesto e composición” (5) En el cuadro se ven los cabellos perfectamente  peinados con el estilo que la caracteriza, y que son rojizos, más que rubios. Algunos autores hablan de los cabellos rubicundos de la Reina y es de suponer los desvelos y zozobras que causarían en Hernando de Talavera, su famoso confesor.


 Virgen de los Reyes Católicos - Museo del Prado

     Se advierte que en este cuadro de devoción no va tocada, cuando lo contrario hubiera sido lo lógico, lo cual demuestra que por lo regular llevaba los cabellos al viento, dando pie para pensar que sus cabellos eran su adorno natural, y que solo en ocasiones usa tocas, y que cuando lo hace deja al descubierto los aladares bajo velos transparentes; tal ocurre con la imagen realizada por Felipe de Borgoña para la Capilla Real de Granada en que está tocada. No ocurre lo mismo con la estatua realizada en 1632 por Alonso de Mena en que el pelo a la vista y bien dispuesto cae hacia la espalda, sostenido sobre la cabeza con una cinta, a manera de guirnalda adornada con piedras preciosas. En otras oportunidades se peina a la italiana, un estilo elegante que llevaba el pelo suelto a ambos costados, sostenidos o ceñidos por un pequeño garbin en la parte superior. El retrato de Rincón la expone, luciendo su peinado característico con raya al medio que recoge por la nuca, resaltándolo gracias al velo finísimo que sin ocultar suscita. En otras oportunidades de la nuca nace una larga trenza que se halla enfundada en seda blanca sujeta por cordoncillos de color. Trenza que por lo regular continuaba a unos cabellos espléndidamente alisados sobre ambos costados de la cabeza. Suponiendo  que la trenza sea un postizo, tenía copiosa cabellera y dedica buen tiempo a su peinado. En los Inventarios de sus bienes aparecen unos cuantos “peynadores” de elegantes hechuras y suntuosos adornos. Gustaba de jugar con sus damas dejando caer libremente sus cabellos hasta tocar el suelo, entusiasmada con el efecto estético y sensual. Un precioso rasgo de su femineidad.


Anónimo flamenco c. 1520.  María Magdalena o Isabel la Católica? © The National Gallery, London. Las reservas
de la National Gallery, Londres, cuentan con esta pintura identificada como María Magdalena, pintada por  un maestro desconocido muy probablemente de origen franco-flamenco. La identificación iconográfica de la asignatura se deriva de la pequeña jarra que ella sostiene. Un estudio más a fondo de la pieza, sin embargo, nos lleva a plantear la hipótesis de que es en realidad un retrato de Isabel la Católica, sobre la base de comparaciones con otras representaciones de esta reina, así como en las joyas que lleva.  Fuente: Un desconocido retrato de Isabel la Católica - Flor, Pedro. http://xn--archivoespaoldearte-53b.revistas.csic.es/index.php/aea/article/viewFile/529/526

 

(1) Dieulafoy, Jeanne. Isabelle la Grande, reine de Castille. 1451-1504. París. 1920

(2) Popplan, Nicolaus von. Viaje a España en 1484. Colección Liske Madrid. s/f

(3) Crónica Incompleta

(4) Pulgar, Hernando del. Claros Varones de Castilla. Madrid. MDCCLXXXIX.

(5) Bernáldez , Andrés. Historia de los Reyes Católicos don Fernando e Doña Isabel. BAE. Madrid. 1878.

 
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