Revista de Artes
Edición nº 13

marzo / abril 2009
Buenos Aires
- Argentina


 

DESDE SALTA, ARGENTINA, RECIBIMOS Y COMPARTIMOS UN CUENTO DE

Gustavo Rubens Agüero*

Raya de tiza

(del libro Una bocanada de aire, Cuentos, Derrotero 1996-2004, editado por la Secretaría de Cultura de Salta, mayo de 2005)

LA HUMAREDA del brasero lo hace pestañar. Lagrimea hasta que le toca tirar y apunta a ciegas, tanteando con las yemas de los dedos el respaldar de cuero de la silla a su espalda, todavía con sus manos llenas de tiza que se sacude. Los que juegan con él lo palmotean, trastabilla por un momento, y le alaban las dos viejas que embocó una tras otra. Por eso suelta una carcajada que contagia a todos y por el hueco que le deja el acullico hace una mueca de suficiencia; saluda a los perdedores con un gesto burlesco. Su compadre se traga la bronca porque tiene que pagar otra vuelta, los otros no tienen un peso.            
Afuera corren los perros de la cuadra a los que pasan en bicicletas. A esta hora de la madrugada el bar atiende a puerta cerrada; sólo entran los conocidos, así se evitan líos. Cada ocasión que la dueña recuerda los problemas con los tipos de La Loma piensa en vender de una vez por todas el bar y repartir los beneficios entre sus nietos. Cansada, harta de las trasnochadas, le duelen los huesos
--- ------------------------------------------y el alma.
De golpe, cuando él vuelve a tirar los tejos, todos lo miran fijo. Sus movimientos son contundentes, una gotera de tejos descascarán la pintura de la pared al rebotar en los sapos;recién hace arcadas y se atraganta, escupe la coca. Le dicen que tome soda con bicarbonato y limón, que se va a componer, igual vomita y encima el frío que entra por la cortina del fondo. Se ahoga y manotea hasta que esos espasmos se le pasan de a  poco. Hay un alivioen el semblante de todos cuando lo ayudan a sentarse ya calmado, y él que se disculpa con vergüenza y pide  que le alcancen un trapo de piso y un balde con agua pero nadie le hace caso. Le dicen que se vaya a su casa, pero él insiste generoso, les quiere invitar otra botella de vino, pero nadie le da importancia, saben que está perdido. 
Desfilan imágenes de amigos y rostros desconocidos por su memoria y ése tipo que desde la mesa del rincón lo observa como si lo reconociera. Al rato que se despierta se da cuenta que se ha dormido sobre la mesa, disimula, igual los ojos se le caen. Y Doña Pancha empieza a levantar los vasos y envases vacíos, aumenta más carbón al brasero que sopla con un cartón y le arrima la pava grande, tiznada y se calienta, junta sus manos hasta que el sueño le va ganando los párpados. 
Se resiste una o dos veces y queda con la cabeza caída sobre los hombros. Los que deambulan por el  patio ya no  hablan,  gesticulan
entre gritos palabras inconclusas. Todos se vuelven figuras hoscas, endebles ante el espejo que está colgado arriba de la pileta de lavar frente a los baños, donde se pierden las pisadas sobre los ladrillos escarchados. Allí la luna es un ojo que mira por las ranuras de las chapas de la galería.
Ahora juegan por la bebida más los cigarrillos. Ya nadie distingue el cajón del sapo, se opacan los tejos a la luz disminuida de los focos y borronea la cara de ese que se ha dormido sobre una de las mesas; y, como pidiendo disculpas, cabecea al vacío hasta que logra apoyarse sobre el respaldar  de la silla y la pared; sin importarle siquiera que se entrega al aire helado que entra por la cortina del patio.
Y ese tango que no se oye bien. La voz se pierde entre murmullos y Doña Pancha limpia la púa del combinado con una franela. Da vueltas una y otra vez el mismo disco que a cada parpadeo de la corriente de luz salta por la ralladura, pero nadie se anima a decírselo porque ella dormita, la mirada hundida hacia la ventana, donde cuelgan las hojas secas de una enredadera entre el óxido de las rejas y la noche.
En el tirante del patio, él se sostiene con dificultad.  
Los que están jugando lo esquivan y si por casualidad lo empujan, de reojo lo ignoran y siguen tirándole al sapo, ajenos al equilibrio que empecinados buscan sus pies para no pisar la raya de tiza trazada en el piso que se mueve, serpentea entre sus tobillos y se enrosca en la punta de sus zapatos; titubea, junta los tejos desparramados bajo las mesas y las sillas, se apura a tirar, convencido de su puntería, antes que la raya de tiza le envuelva las manos y se cierre sobre su cabeza
---------------------------------la boca
--------------------------------------------inmensa
    ----           ---------------------------         ----  y oscura
------------------------------------------------------------------- del sapo.

 

* GUSTAVO RUBENS AGÜERO nace el 20 de marzo de 1960, en el agua de Piscis en Salta.
Ha realizado publicaciones de cuentos, poemas y textos periodísticos en diarios, semanarios y revistas especializadas.Colabora en distintas revistas literarias del país y del extranjero.
En poesía ha publicado:

Resurrección de la soledad, 1985; Realidad a pedazos 1986;
Todas las celebraciones, 1993; Huéspedes sin regreso, 1985, Primer Premio Poetas Éditos Dirección Gral. de Cultura de Salta; Al filo de los días, Bs. As. 2000;
Con cierto glamour, Gran Premio de Honor de la Municipalidad de Salta, 2000 ; Ella lo tenía todo, 2002,
La Bayadera, 2003, plaquetas y
El imaginero, itinerario poético, Selección y prólogo de poetas y plásticos salteños, Salta, 2004.
En narrativa:
Santa Ana de Yacuma, 1996 ; Luz de vela, 1997,
y Cuerpos de arena, Primer Premio Provincial de
Cuentos de la Secretaría de Cultura de Salta, 2001.
Figura en más de 30 publicaciones colectivas.
Su producción literaria ha recibido numerosos premios municipales, provinciales y el Premio Iniciación en Narrativa de La Secretaría de Cultura de la Nación en Argentina . Dirige la Colección:VEREDAS, y el proyecto cultural El imaginero que se erige como homenaje y rescate de  poetas y plásticos salteños.

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Revista de Artes - Nº 13 - Marzo / Abril 2009
Buenos Aires - Argentina
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