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Revista de ArteS
Buenos Aires - Argentina
Edición Nº 35
Noviembre / Diciembre 2012
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LÍTERATURA

EL AGUA EN EL ROMANCERO

 

Felipe Martínez Pérez
 

     El agua como personaje que no puede pasar desapercibido. El agua y la revitalización. El agua de la mano de Eros y el agua enfrente, de la mano de Tánatos, presagios en ambos casos que ennoblecen el mito que se asocia a la cotidianeidad de hombres y mujeres en el eterno discurrir del agua, tanto en el fluir de fuentes y  ríos, en la cadencia sincopada de las mareas, o asociada a cruciales y azarosos momentos de los astros, y singularmente, al alejamiento o acercamiento del sol a la tierra. El placer, el amor, la purificación, la fertilidad en cuanto anhelos, entroncan en fuentes; y ríos y en los mismos sitios, en la hondura de las simas, donde se manifiesta el milagro, crecen los desasosiegos. La fiesta de San Juan correspondiente con el solsticio de verano nace de los milenarios fervores religiosamente paganos, en que el hombre se pregunta por lo desconocido, a la vez que la realidad le enseña la declinación solar que lleva a la maduración de la naturaleza, sazón para la que necesariamente se debe propiciar el agua. Un momento culminante y cíclico en que no solo cuajan las plantas, también los animales viven su despertar y consecuentemente el ser humano. Por otra parte nadie más adherido a la naturaleza que la Mujer-Hembra. La mujer buscará el agua y a ella arrastrará a su pareja en las distintas alternativas y variables que surgen a la sombra de Eros y Tánatos.

     La lírica española, bellísima en su singladura de metáforas y simbolismos, en acercamientos y desencuentros, en ilusiones y presagios, necesita del agua para reverdecer el mito. Un mito tan amplio que arropa a cristianos, moros y judíos.

 

la fiesta era de San Juan,
en que moros y cristianos
hacen gran solemnidad:
los moros esparcen juncia,
los cristianos arrayan
y los judíos aneas
para la fiesta más honrar (1)

 

     Mezclados los individuos de las distintas culturas o separados y cada pareja en libertad harán uso del agua purificadora, y junto al sortilegio se asumirá la sombra, que la flecha de Cupido es ambigua de sentido.

 

Que si te fueras a bañar, novia,
lleva a tu madre, no vayas sola;
para quitarte la tu camisa,
para meterte en el agua fría.

 

     Si en la canción sefardita hay un temblor de juncos, el encuentro amoroso siguiente se torna rutilante en lo que tanto puede ser purificación como deberse al simple placer de la sensualidad dulcemente dispersada.

 

En la fuente del rosel,
lavan la niña y el doncel
………….

En la fuente de agua clara,
con sus manos lavan la cara
él a ella y ella a él:
lavan la niña y el doncel

 

     Se asiste al refinamiento de la ingenuidad, de la pureza, de la emoción, y todo queda convertido en agua y esencia. La misma emoción que surge al atisbar en el borde de las fuentes o de los brocales, a deidades efímeras y cambiantes según la necesidad, pero perennes en el inconsciente colectivo, que las admite y encuentra, entre resaltados contornos de iniciáticos instantes, anclado en el pavor de saber que en los mismos sitios se hallan las deidades negativas, y después, ya en el cristianismo, el diablo, con sus proteiformes presencias y astucias. Tal es así que los moralistas suponen que el diablo es adorado en las mismas fuentes en que se asiste al sortilegio. Manifestaciones tamizadas, tornasoladas, en que se asiste a arrolladoras parcelas sugestivas en que se imbrica el Bien y el Mal.

 

Las aguas hurtadas son dulces,
y el pan comido en oculto es suave.(2)

 

     Unos versos preciosos que sin duda guardan el rescoldo de la sexualidad. Cuando cristianas y judías esparcen sus ilusiones por fuentes y ríos no hacen otra cosa que continuar la tradición del agua. “Y la hija del Faraón descendió a lavarse al río” (Ex.2.5) que presagia un encuentro, aunque a la postre sea la arquilla de Moisés. Otro tanto hace Ruth que se lava y perfuma para el encuentro con Booz. Siempre el agua, pues “sucedió un día, al caer la tarde, que se levantó david de su lecho y se paseaba sobre el terrado de la casa real; y vió desde el terrado a una mujer que se estaba bañando, la cual era hermosa.” (2.Sa.11.2) Es cierto que en buena parte de las situaciones el agua está a órdenes de la higiene, pero a poco de profundizar se las encuentra plenas de connotaciones eróticas, tal los ejemplos de Ruth, Betsabé la mujer de Urías, lugarteniente de David; el agua junto a la piel, se convierten en gatillo que dispara la vida al pasar la acción por el meridiano de la sexualidad.

     Son, en definitiva, aguas que viven en el misterio del placer sazonadas con lo prohibido, en donde surge la virginidad como un tremendo compendio potencial de la fertilidad o, en su defecto, con la simbología del “cántaro roto” que, a pesar del moralista, se convierte por razón de haberse roto el sello en continuo fluir, en una unidad de contrarios, que así se resume desde los tiempos paganos.

Enviárame mi madre
por agua a la fuente fría:
vengo del amor herida,
………………………….

traigo el cántaro quebrado
y partido el corazón.
………………………

Dejo el cántaro quebrado
vengo sin agua corrida;
mi libertad es perdida
y el corazón cativado
¡Ay, Qué caro me ha costado
del agua de la fuente fría,

pues de amores vengo herida!

     También un aroma enternecido se cuela por los sentidos en la explosión de belleza del agua que en el Cantar de los Cantares Fray Luis explica se trata de aguas en movimiento, e ningún momento quietas y encharcadas. Son aguas manantías, siempre renovadas, pulcras, como la virginidad de la diosa Hera esposa de Zeus que anualmente tomaba su baño en la fuente mágica de Canathus renovando su pureza. Un mito tan viejo como el amor que traza su vuelo agudo sobre el agua, dejando un soplo vibrante en los corazones “cativados” y los espasmos ilusionados de cántaros rotos. El simbolismo que se retuerce por el agua en el tema de la virginidad se halla en estrecho contacto con la camisa, en la medida que sostiene el preludio del amor y que perdida la inocencia, se lavan en el agua, se purifican en la corriente permanente. Unas camisas que como se dice más arriba se lavan en la fuente fría o en la fuente clara, en consonancia con el peso de la culpa o con el trémolo del regocijo.

     De tal manera, la desnudez y el agua, atan su simbología a las alcandoras y briales que lava la niña en la fresca corriente o en el umbrío manantial en paralelo con disputados gestos alternantes. Ilusiones que bien ocurren en el azaroso repliegue del instante o se corresponden entrañables en la fáustica mañana de San Juan:

 

¡O que mañanita, mañana
la mañana de San juan,
cuando la niña y el caballero
ambos se van a bañar!Que si te fueras a bañar, novia,
lleva a tu madre, no vayas sola;
para quitarte la tu camisa,
para meterte en el agua fría.

 

     Unas aguas que han de traer dicha a las parejas, fecundidad a los campos, en parecida suerte a las lluvias que propician los dioses en sus baños nupciales. Afrodita después de unirse a Adonis o Deméter tras su boda con Poseidón, que por otra parte sucedían durante los solsticios.

(1) Menéndez Pidal, Ramón. Flor nueva de romances viejos.   Romance del cautiverio de Guarinos. Espasa Calpe Argentina. Buenos Aires. 1969
(2)  Biblia. Proverbios. 9:17

 

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