Revista de ArteS
Buenos Aires - Argentina
Edición Nº 36
Enero / Febrero 2013
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Literatura

Reflexiones femeninas antes de dormir, una de las obras literarias japonesas más valiosas del período Heian (siglos VI a X)

Los autores más conocidos de la literatura japonesa  son varones, desde Rampo Edogawa hasta Kenzaburo Oe
–ganador del Premio Nobel en 1994-  pasando por Soseki Natsume o Yasunari Kawabata. 

En esa época, las mujeres tenían prohibido el estudio de los ideogramas chinos y su único modo de expresión escrita se limitaba  a un alfabeto simplificado  y cursivo, el hiragana. Durante el período Heian los hombres se dedicaban a escribir prosa y poesía en chino, copiando modelos antiguos. A las mujeres no se les permitía el acceso a los mismos niveles de educación que a los hombres, entonces ellas hicieron suyo el hiragana que era muy útil para describir sentimientos,  se conoce  con el nombre alternativo de onna-de, "escritura femenina". Hay que decir que también algunos hombres empezaron a componer poemas utilizando el hiragana, cuando se dirigían a las mujeres como parte del galanteo.

 

Sin embargo,  si  nos retrotraemos hasta el período Heian –año 794 al 1185-  descubriremos que quienes se
destacaron y produjeron los textos  más valiosos de la época, han sido dos mujeres: Sei Shonagon, que
escribió “El libro de almohada”, una serie de apuntes personales guardados en los cajones de la almohada de
madera que las mujeres utilizaban para reclinarse, y Murasaki Shikibu, autora de la novela “La historia de Genji”.

Sei Shônagon, era un apodo, su nombre lo desconocemos, era hija del poeta Motosuke y se desempeñaba como dama de la corte de la emperatriz Sadako, se casó varias veces y cuando la emperatriz murió, permaneció entre siete y diez años aún en la corte y, posteriormente, se ordenó religiosa budista. Hasta el final de su vida vivió errante, manteniéndose gracias a las limosnas.

Bajo el título de "El libro de la almohada" -"Makura no soshi"-, escrito en  el año 996, Sei Shonagon  retrató la vida palaciega,  mediante distintos géneros literarios, en anotaciones y pequeños cuentos que ilustran sobre la sensibilidad  japonesa. Breves reflexiones sobre aspectos de su vida que escribía unas pocas líneas cada día, al final de la jornada, justo antes de dormir.

Su obra, como género literario - zuihitso o “miscelánea” - tuvo amplia raigambre posterior en Japón. Encontramos allí numerosas impresiones personales y poéticas, referidas especialmente al cambio de estación y a todo tipo de apreciaciones estéticas.

 

En sus escritos es muy potente la presencia  de la naturaleza, Su texto está plagado de anotaciones sobre la floración,
el tiempo, la belleza o rareza del entorno natural. También sobre las mutaciones inesperadas y repentinas de esa
naturaleza que observa, de las que aprende, y que pone en relación con sus estados anímicos y con su propio yo.
"En el tercer día del tercer mes, me agrada ver el sol que brilla sereno en el cielo de primavera, afirma en un
momento dado. Es entonces cuando florecen los duraznos. ¡Qué espectáculo nos brindan!".
Por otra parte, la vista del amante se reseña en el libro con una habitualidad que nada tiene que envidiar a
la pasión francesa por los escarceos amorosos. No en vano Sei Shonagon apunta: "Cuando trato de imaginar
cómo puede ser la vida de esas mujeres que se quedan en casa, atendiendo fielmente a sus maridos, sin
vísperas de nada, y que a pesar de todo se creen felices, me lleno de desprecio".

Dada su experiencia en asuntos galantes, la autora hace algunas reflexiones muy jugosas:
"En verdad, el amor que se siente por un hombre depende en buena parte de sus despedidas. Cuando salta
de la cama, va de un lado para otro, se ajusta la faja del pantalón, levanta las mangas de su capa de corte, o
de su traje de caza, se mete sus pertenencias entre su ropa y asegura su faja exterior, una ya empieza a odiarlo".

"El libro de la almohada" abunda en listados de cosas "agradables" o "elegantes" o "inconvenientes", y
trasluce lo importante que era en la Corte el conocimiento de poemas chinos, sobre cuya correcta
memorización se llegan a realizar encarnizados concursos.

Lo más brillante del libro es la narración de los supuestos retos que el Emperador de China hizo al
Emperador de Japón. En cierta ocasión, mandó un leño redondo, lustroso y hermosamente trabajado,
de unos dos pies de largo y preguntó: ¿Cuál es la base y cuál es la parte superior? Como no era posible
saberlo a simple vista, se consultó a un anciano. Éste recomendó ponerlo en la corriente de un río, de
modo que la parte que quedara río abajo, la más ligera, sería la superior.


Además del  Makura no Sōshi, compuso la colección de poemas Sei Shonagon-shu.  Es, también, una
de las poetisas del  Ogura Hyakunin Isshu,  juego de cartas tradicional en el que son fundamentales la
memoria y los conocimientos poéticos de los participantes.

Jorge Luis Borges seleccionó, anotó y tradujo la obra con ayuda de María Kodama.
Octavio Paz,  admirado ante la belleza y la transparencia de su prosa, descubre en ella un mundo
milagrosamente suspendido en sí mismo, cercano y remoto a un tiempo, como encerrado en una
esfera de cristal.

 

Anochece

Anochece y apenas puedo seguir escribiendo. Sin embargo, me gustaría dejar terminadas mis notas
por completo, haciendo un último esfuerzo.

Escribí estos apuntes sobre todo lo que vi y sentí, en mi habitación, pensando que no iban a ser conocidas
por nadie. Aunque mis anotaciones son triviales y sin importancia, podían parecer malintencionadas e incluso
peligrosas a otros; por eso he tenido cuidado en no divulgarlas. Pero ahora me doy cuenta de que, así como
inevitablemente brotan las lágrimas, según dice el poema, del mismo modo estas notas dejarán de
pertenecerme.

Un día, el ministro del Centro entregó a la Emperatriz una pila de cuadernos. La Emperatriz me preguntó:"
¿Qué se podría escribir en ellos? El Emperador ya está redactando los Anales de Historia". Entonces yo
le contesté: "Si fueran míos, los usaría como almohada". La Emperatriz me dijo: "Entonces, quédatelos", y
me los dio.

Comencé a llenarlos con el relato de rarezas sobre hechos del pasado y toda clase de asuntos. Llené una
enorme cantidad de hojas. En mis notas hay muchas cosas incomprensibles. Si hubiera elegido temas que
las demás personas consideran interesantes o espléndidos, o si hubiera escrito poemas sobre árboles,
plantas, pájaros o insectos, los otros podrían juzgar mis escritos, tendrían derecho a afirmar "conocemos sus
sentimientos". En otras palabras, la crítica sería admisible.

Pero mis notas no son de esta clase. Escribí para mi propio entretenimiento, y apunté únicamente lo que sentía.
Nunca esperé recibir, sobre estos escritos casuales, comentarios tan importantes como los que se dedican a
notables libros de nuestro tiempo. Me sorprendo cuando escucho cómo los lectores aseguran que se sienten
apabullados ante mi trabajo. Pero es natural que actúen así: conozco la mentalidad de aquéllos que hablan
bien de lo que detestan, y critican lo que les gusta. Por eso todavía lamento que hayan leído mi libro.

 

Sei Shonagon, con un lenguaje refinado, a veces cínico e incluso pueril, nos devuelve siempre un incisivo
retrato del modo de vida y las costumbres japonesas de su tiempo. Abundan las enumeraciones de cosas:


Cosas que emocionan

Pichones de gorrión.
Pasar por un lugar donde juegan niños de pecho.
Ver un espejo extranjero con su luna manchada.
Una persona de alta condición detiene su carroza, y ordena a su sirviente que solicite una cita.
Encender un incienso muy bueno, y acostarme sola.
Lavarme el cabello, maquillarme y vestir ropas perfumadas.
En este caso me siento feliz y noble, aun cuando nadie me observe.
Una noche que espero a mi amante, al escuchar el ruido de la lluvia en mi puerta y el golpeteo del viento,
sin motivo y de repente me sobresalto.

Cosas odiosas

Tengo prisa y mi visitante me impide partir al quedarse charlando. Si es alguien sin importancia, me
desembarazo de él diciendo: "Me hablará de eso la próxima vez", pero si es de esas visitas que merecen
mi mayor cortesía, la situación se torna verdaderamente odiosa.

Encuentro un cabello pegado al suzuri (piedra en que se frota la barra de tinta, y se moja el pincel) en el que
estoy frotando mi sumi (barra de tinta) o arena depositada en éste, la cual produce un ruido desagradable,
chirriante.

Un hombre sin ningún encanto especial discute sobre toda suerte de temas al azar, como si lo supiera todo.

Odio el espectáculo de los hombres borrachos que gritan, se meten los dedos en la boca, se mesan las
barbas, y pasan el vino a sus vecinos gritando "Toma otro poco, bebe". Y tiemblan, sacuden sus cabezas,
desfiguran sus caras, y gesticulan como niños que cantaran "Vamos a ver al gobernador". Vi cómo
personas bien nacidas se comportaban de este modo y me repugnó.

Envidiar, compadecerse de la propia suerte, hablar de los otros, mostrarse inquisitivos por los asuntos
más triviales, ofenderse, insultar sin motivo, o en caso de haber estado sonsacando información sobre
cierto hecho, divulgarla después del modo más detallado a otros, como si se hubiera sabido todo desde
el principio. Odioso.

Alguien nos va a contar alguna novedad interesante, y un bebé empieza a llorar.

Una bandada de cuervos vuela en círculos con estridentes graznidos.

Un admirador llega en visita clandestina, el perro lo avista y ladra. Una desearía matar al animal.

He cometido la locura de invitar a un hombre a pasar la noche en un lugar poco conveniente, y comienza
a roncar.

Un caballero nos visita en secreto, y si bien lleva un eboshi (sombrero de la época, levantado y angosto),
recela que alguien pueda reconocerlo, tan aturdido está que al retirarse golpea contra algo con su sombrero.
Realmente odioso. Igualmente irritante es que al levantar la celosía que cuelga a la entrada de la habitación,
la deje caer produciendo un fuerte ruido. Y tanto peor cuando es pesada y el estruendo es mayor. Descuidos
como éstos no merecen perdón. Si se levantan con delicadeza las cortinas, al entrar o salir, no ha de
producirse el más mínimo ruido. Pero, si nuestros movimientos son rudos, hasta las puertas de papel se
torcerían y chirriarían. Hay que levantarlas apenas y empujarlas de modo que se deslicen silenciosamente.

Me he acostado y estoy por adormecerme, cuando se presenta un mosquito, con estridente zumbido. Y
hasta me parece sentir la corriente que levanta con sus alas. Aún sabiendo que es un ser insignificante, lo
encuentro detestable.

Un caballero que va solo en su carruaje para ir a una procesión o algún otro evento. ¿Qué clase de
hombre es? Aun sin ser un individuo de rango muy alto, bien podría llevar a algunos muchachos ansiosos
por asistir al mismo espectáculo. Pero no, se instala solo –pues puedo distinguir su silueta a través de las
cortinas– con aire de ensimismamiento, y se reserva todas sus impresiones.

Un carruaje pasa rechinando. Me irrita pensar en sus ocupantes que no se percatan de eso. Si yo viajara en
un carruaje ruidoso, detestaría no sólo el carruaje sino también a su dueño.

Estoy escuchando absorta un relato, y de pronto alguien se entromete intentando probar que es la única
persona ingeniosa de la reunión. Aborrecible persona. Como lo son también quienes, niños o adultos,
intentan adelantarse dando empujones.

Estoy contando una historia sobre los tiempos antiguos, y alguien me interrumpe para agregar un detalle que
casualmente conoce, el cual da a entender que mi versión es inexacta. Abominable proceder.

Algunos niños han venido de visita a mi casa. Los mimo y les doy juguetes para que se distraigan. Los niños
se acostumbran a este trato y comienzan a venir regularmente, y sin pedir permiso entran en mi habitación y
desparraman mis accesorios y objetos. Detestable.

Cierto caballero a quien no deseamos ver nos visita en casa o en palacio, y simulamos dormir. Pero una
sirvienta viene a avisarnos y para despertarnos nos sacude, con una mirada de reproche por nuestra pereza.
Sumamente odioso.

Un novato se pone a la cabeza de un grupo, y con mirada vivaz, establece la norma e impone su parecer sobre
todos. Aborrecible.

El hombre con quien estoy viviendo una aventura alaba a otra mujer. Incluso si se trata de una relación del
pasado, es desagradable. Cuánto más si todavía la sigue viendo. Aunque a veces creo que no es tan
desagradable.

Una persona que se desea salud a sí misma después de estornudar. En verdad abomino de todo aquel que
estornuda, excepto si es el dueño de casa.

Las moscas también son odiosas. Cuando vuelan cerca de nuestras ropas, parecieran estar agitándolas.
El ladrido de los perros cuando es prolongado y a coro es de mal agüero y odioso.

Y cómo detesto a los maridos de las nodrizas. No tanto si la criatura que cuida es una niña, pues en este
caso el hombre toma su distancia. Pero si es un varón, actúa como si fuera el padre, y sin permitir que el niño
se aleje de su lado, insiste en controlarlo todo. Mira a los otros servidores de la casa como si fueran menos
humanos, y si alguno intenta regañar al infante, lo desacredita ante el amo. A pesar de su conducta
ignominiosa, nadie se atreve a acusarlo, de manera que camina a grandes zancadas por la casa, con un aire
engreído y vanidoso, dando órdenes a todo el mundo.

Un hombre sin ningún encanto especial habla de modo afectado y adopta poses de elegante.

Cortesanas deseosas de estar al tanto de todo.

Muchas veces, sin motivo, alguien me desagrada, y tiempo después hace algo detestable.

Un amante que se retira en medio de la noche se vuelve para decirnos que olvidaba su abanico y papel.
"Los he puesto por algún lugar anoche", dice. Y, a pesar de la oscuridad total, camina a tientas por la
habitación, golpeándose contra los muebles y rezongando. "Extraño. ¿Dónde diablos podrán estar?".
Hasta que por fin los encuentra. Se mete el papel en el pecho con crujido, y abre con brusquedad su
abanico, aventándose con movimientos bruscos. Recién entonces se decide a partir. ¡Qué proceder
falto de gracia! Odioso resulta un calificativo demasiado suave.

Igualmente insufrible es el hombre que, al irse en medio de la noche, se demora atando el cordón de su
sombrero. Acción innecesaria, pues bien podría marcharse encasquetándose el sombrero sin amarrarlo.
¿Por qué pierde el tiempo arreglándose la capa? ¿Piensa acaso que alguien puede llegar a verlo a esas
horas de la noche y criticarlo por no estar impecable?

Un buen amante se conducirá con elegancia tanto en la oscuridad como en cualquier otro momento. Se
deslizará de la cama con una mirada de consternación. La mujer suplicándole: "Vete, amigo, está
aclarando. Nadie debe verte aquí". El lanzará un hondo suspiro revelador de que la noche no ha sido
suficientemente larga y que abandonar a su dama lo hace sufrir. Ya de pie, no se vestirá de inmediato,
sino que acercándose a su amada, le susurrará todo lo que ha quedado sin decir durante la noche. Incluso
ya vestido, se demorará ajustándose el cinturón con gestos lánguidos. Luego levantará la celosía y
permanecerá con su dama de pie junto a la puerta, diciendo cuánto lamenta la llegada del día que los
apartará, y huirá. Verlo partir en ese momento será para ella uno de sus más deliciosos recuerdos.

La elegancia de la despedida influye enormemente en el apego que tengamos por un caballero. Si salta
de la cama, ronda por la habitación, se ajusta demasiado el cinto, se arremanga y se llena el pecho con sus
pertenencias, asegurando enérgicamente su cinturón, comenzamos a odiarlo.

 

Cosas encantadoras 



-Los objetos que se utilizan al jugar con muñecas de papel. 
-Arrancar las hojas pequeñas de un loto que flota en el estanque. 
-Las hojas de la malva pequeña son también deliciosas. Cualquier cosa, si es diminuta, resulta grata. 
-El rostro de un niño dibujado en un melón. 
-Un pequeño gorrión que viene saltando al imitar alguien el chillido de un ratón. 
-También es delicioso cuando al atar a un gorrioncito con un hilo, sus padres le traen insectos o lombrices
y se los entregan en el pico. 
-Una niña a la que están cortando los cabellos como a una monja, de manera que los ojos quedan cubiertos,
despeja su cara sin usar las manos, inclinando su cabeza a un costado pues quiere ver algo. Realmente
encantador. 
-Ver los tasukigake blancos y limpios de las niñas, ¡qué agradable sensación! 
-Un paje de Palacio, todavía muy joven, camina con traje de ceremonia. 
-Pollitos blancos con largas patas caminan de una manera graciosa; parecen vestidos con kimono
demasiado cortos, pían muy fuerte, y van tras las personas o rodean a la gallina. Ver esto es sumamente
grato. 
-La flor de clavel silvestre. 

 

 

Cosas sórdidas

 

El revés de un bordado.
El interior de la oreja de un gato.
Crías de ratón, todavía sin pelo, que salen retorciéndose de su guarida.
Las junturas de un abrigo de piel, que no han sido todavía cosidas.
La oscuridad en un lugar que da la sensación de no estar demasiado limpio.
Una mujer poco atractiva que cuida muchos niños.
Una mujer que enferma y permanece doliente durante largo tiempo. En el recuerdo de su amante, no especialmente devoto de ella, debe de parecer casi sórdida.

Personas que parecen  sufrir

La nodriza que cuida a un bebé que llora de noche.
Un hombre que tiene relaciones con dos mujeres, y las ve disgustadas y mutuamente celosas.
Un exorcista, que tiene que habérselas con un espíritu obstinado, espera que sus encantamientos surtan
efecto de inmediato, pero varias veces frustrado, debe perseverar, rogando que sus esfuerzos no acaben
convirtiéndose en objeto de mofa.
Una mujer locamente amada por un hombre absurdamente celoso.
Los hombres poderosos que sirven en los primeros puestos, y cuya vida ha de ser tan placentera, nunca se
ven tranquilos.
Las personas nerviosas.

En el último fragmento de sus escritos, dice:
"Aunque mis anotaciones son triviales y sin importancia, podían parecer malintencionadas e incluso
peligrosas a otros, por eso he tenido cuidado en no divulgarlas”

El cineasta Peter Greenaway se inspiró en el Makura no Sōshi de Sei Shōnagon para la realización en
versión libre de su película “The Pillow Book“, un film de carácter iniciático en el que Nagiko
-narradora y protagonista- va contando su proceso de aprendizaje, simbolizado en el pasaje de ser
soporte de escritura a convertirse ella misma en “pincel”; y que tiene, como etapas intermedias, el
conocimiento del amor, de la muerte y de la venganza.  Hacia la mitad de la película, se hace una cita
del Makura no Sōshi que, en cierto modo, la resume:  “Dos cosas no nos han de faltar: las delicias de
la carne y las delicias de la literatura” 


Fuentes:
www.elmundo.es
correctoresenlared.blogspot.com.ar
es.wikipedia.org
www.terrazared.com.ar

 

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