Revista de Artes
Edición nº 14

Mayo / Junio 2009
Buenos Aires
- Argentina


cineastas

ANDREI TARKOVSKI

Reflexiones sobre arte

 

FILMOGRAFIA

VIDEOS : FRAGMENTOS DE
ALGUNOS DE SUS FILMS

Una persona verdaderamente libre no puede ser libre en un sentido egoísta. La libertad del individuo tampoco puede ser el resultado de un esfuerzo social. Nuestro futuro depende de nosotros mismos y de nadie más. Y nos hemos acostumbrado a compensar todo con el esfuerzo y el sufrimiento ajenos, ignorando el sencillo hecho de que en este mundo todo está relacionado y que no existe la casualidad, aunque sólo sea porque tenemos una voluntad libre y el derecho a decidirnos entre el bien y el mal.

Por supuesto que las posibilidades de la propia libertad se ven limitadas por la libertad de los demás. Pero me parece importante indicar que la falta de libertad siempre es consecuencia de la cobardía y la pasividad interiores, el resultado de la falta de decisión en pro de la expresión de la propia voluntad, acorde con la voz de la conciencia.

En Rusia es usual citar al escritor Korolenko, según el cual, «el hombre ha nacido para la felicidad como el pájaro para volar». En mi opinión, no puede haber nada más lejano a la naturaleza de la vida humana que esta frase.

En realidad, no tengo idea alguna de lo que puede significar el concepto de felicidad. ¿Contento? ¿Armonía? ¡Pero si el hombre siempre está descontento y no tiende a solucionar cosas concretas, factibles, sino hacia el infinito...! Y ni siquiera la Iglesia consigue calmar esas ansias de absoluto, porque desgraciadamente no parece sino una fachada hueca, una caricatura de las instituciones sociales, que se dedican a organizar la vida práctica. La Iglesia de hoy ha resultado ser incapaz de compensar el sobrepeso materialista y técnico con una llamada a la vida del espíritu.

En el contexto de esta situación, la función del arte reside -para mí- en expresar la idea de la libertad absoluta de las posibilidades interiores y espirituales del hombre. En mi opinión, el arte siempre ha sido un arma en la lucha del hombre contra la materia, que amenaza con devorar su espíritu. No es casualidad que el arte, en los milenios de historia del cristianismo, siempre se haya desarrollado en las cercanías de las ideas y los principios de la religión. Ya por su mera existencia está promoviendo dentro del hombre, un ser disarmónico, la idea de armonía.

El arte ha dado figura a lo ideal y ha aportado así un ejemplo del equilibrio entre lo ético y lo material. Ha demostrado que ese equilibrio no es ni mito ni ideología, sino que puede ser una realidad también en nuestras dimensiones. El arte ha expresado el ansia de armonía de la persona y su disposición a luchar consigo mismo, para establecer en el interior de su persona el ansiado equilibrio entre lo material y lo espiritual.

Si el arte expresa lo ideal y el ansia de lo infinito, no puede servir a fines pragmáticos sin arriesgarse a perder su autonomía. Lo ideal lo actualizan objetos que no existen en la realidad cotidiana, pero que a la vez son imprescindibles para la esfera de lo espiritual.

Una obra de arte manifiesta ese ideal que en el futuro será propio de toda la humanidad, pero que de momento es accesible para unos pocos, sobre todo para los genios que se toman la libertad de contrastar lo normal con aquella conciencia ideal que toma forma en su arte.

De esta manera, el arte es por esencia aristocrático y establece —a causa de su mera existencia— la diferencia entre dos potenciales, que aseguran el movimiento ascendente de la energía interior, desde lo más bajo hacia lo más alto, con el fin de conseguir un perfeccionamiento interior, espiritual, de la personalidad.

Al hablar aquí del carácter aristocrático del arte, me estoy refiriendo —claro está— al ansia del alma humana de buscar la justificación moral, el sentido de su existencia, que de este modo consigue una mayor perfección. En este sentido, todos, en último término, estamos en la misma situación y tenemos las mismas posibilidades de adherirnos a una elite aristocrática. Pero el núcleo del problema reside precisamente en el hecho de que no todos hacen uso de esa posibilidad.

Ahora bien, el arte va haciendo ofertas siempre nuevas a la persona para que ésta se examine a sí misma en el marco del ideal que el arte le ofrece. Pero volvamos a Korolenko, que definía el sentido de la existencia humana como el derecho a la felicidad. Esto me recuerda el libro de Job, en que a Elifaz dice: «Ninguna cosa sucede en el mundo sin motivo: que no brotan del suelo los trabajos. Porque el hombre nace para trabajar, como el ave para volar» (Job V, 6).

El sufrimiento nace de la insatisfacción, del conflicto entre el ideal y la situación en la que uno se encuentra en ese momento. Mucho más importante que el sentimiento de «felicidad» es el fortalecer el alma en la lucha por aquella libertad verdaderamente divina. El arte refuerza lo mejor de lo que es capaz el hombre: la esperanza, la fe, el amor, la belleza, la devoción o lo que uno sueña y espera.

Si alguien que no sabe nadar se lanza al agua, su cuerpo —no él mismo— comienza a hacer movimientos instintivos para no hundirse. También el arte es algo así como un cuerpo humano echado al agua: existe como un instinto, que no permitirá que la humanidad se hunda en el campo espiritual. En el artista se expresa el instinto interior de la humanidad.

Pero, ¿qué es el arte? ¿Lo bueno o lo malo? ¿Procede de Dios o del diablo? ¿De la fuerza del hombre o de su debilidad? ¿Es quizá una prenda de la comunidad humana y una imagen de armonía social? ¿Es ésa su función?

Es algo así como una declaración de amor. Un reconocimiento de la propia dependencia de otros hombres. Es una confesión. Un acto inconsciente, que refleja el verdadero sentido de la vida: el amor y el sacrificio. Pero si dirigimos la mirada hacia atrás, reconocemos que el camino de la humanidad está lleno de cataclismos y de catástrofes.

Descubrimos las ruinas de civilizaciones destruidas. ¿Qué ha sucedido con ellas? ¿Por qué se agotó su aliento, su voluntad de vivir y sus fuerzas morales? Supongo que nadie creerá que todo eso tiene una causa material. Una idea así me parecería salvaje. Y al mismo tiempo estoy convencido de que hoy volvemos a estar al borde de la destrucción de una civilización porque ignoramos plenamente el lado interior y espiritual del proceso histórico. Porque no queremos reconocer que nuestro imperdonable y pecaminoso materialismo, un materialismo que no conoce la esperanza, ha traído infinitas desgracias sobre la humanidad. Es decir, creemos que somos científicos y dividimos, para conseguir una mayor fuerza de convicción en nuestras cavilaciones científicas, el indivisible proceso de la humanidad en dos partes, haciendo luego de una sola de sus motivaciones la causa de todo.

De esta manera intentamos no sólo justificar los fallos del pasado, sino también proyectar nuestro futuro. Quizá se demuestre en tales errores la paciencia de la historia, que espera que el hombre alguna vez consiga escoger bien, sin tener que terminar en un callejón sin salida en el que la historia, una vez más, corrija el fallido intento por medio de otro paso, esta vez más exitoso. En ese sentido, es verdad lo que afirman tantos: de la historia nadie aprende y la humanidad suele, simplemente, ignorar la experiencia histórica.

Dicho en otros términos, toda catástrofe de una civilización descubre sus fallos. Y si el hombre tiene que reemprender su camino desde el principio, se demuestra así que su andadura hasta entonces no estaba marcada por el perfeccionamiento espiritual. Con cuánto gusto querría uno abandonarse, entregarse de vez en cuando a otra concepción del sentido de la vida humana.

Oriente siempre ha estado más cerca que Occidente de la verdad eterna, pero Occidente ha devorado a Oriente con sus exigencias materiales en la vida. Basta con comparar la música occidental con la oriental. El mundo occidental grita: ¡Éste, éste soy yo! ¡Miradme! ¡Escuchad cómo sufro y cómo amo! ¡Qué infeliz y qué feliz puedo ser! ¡Yo! ¡Yo! ¡Yo! El mundo oriental no dice una sola palabra de sí mismo. Se pierde absolutamente en Dios, en la naturaleza, en el tiempo, y se encuentra a sí mismo en todo. Es capaz de descubrir todo en sí mismo.

La música del Tao: China, seiscientos años antes de Cristo. Pero, ¿por qué no triunfó esa idea soberana? Es más: ¿por qué se hundió? ¿Y por qué la civilización que había desarrollado no llegó hasta nosotros en forma de un proceso histórico determinado y perfecto? Es patente que esas ideas entraron en colisión con el mundo material que las rodeaba. Lo mismo que el individuo con la sociedad, también esa civilización entró en colisión con otra. Pero sucumbió no sólo por esto, sino también a causa de su confrontación con el mundo material, con el «progreso» y la tecnología.

Las ideas de la civilización oriental son un resultado, la sal de la tierra; de ellas fluye verdadera sabiduría. Pero según esa lógica oriental, la lucha es un pecado. El núcleo de la cuestión reside en que vivimos en un mundo de ideas que nosotros mismos creamos. Dependemos de sus imperfecciones, pero también podríamos depender de sus ventajas y valores.

Y ya llegando al final, y en confianza: aparte de la imagen artística, la humanidad no ha inventado nada de manera desinteresada. Y por eso quizá realmente consista el sentido de la existencia humana en la creación de obras de arte, en el acto artístico, ya que éste no posee una meta y es desinteresado. Quizá se demuestre precisamente en ello que hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios.


ANDREI TARKOVSKI - Biografía

(1932-1986)

Cineasta ruso, hijo del célebre poeta Arsenio Tarkovski, que creció en la colonia de artistas de Peredelkino, cerca de Moscú. Después de estudiar en la escuela estatal de cine durante el periodo que siguió a la muerte de Stalin, se graduó en 1960. Su primera participación en el cine fue en una película basada en la historia de un espía infantil durante la II Guerra Mundial que, con el título La infancia de Iván, ganó el León de Oro del Festival de Cine de Venecia en 1962, lanzando a Tarkovski como el líder de una nueva generación de cineastas soviéticos. Su siguiente proyecto era una ambiciosa visión de la Rusia medieval, centrado en la misteriosa figura de un célebre pintor de iconos, que resultó demasiado ambiguo en el aspecto religioso, por lo que la película definitiva Andréi Rublev, rodada entre 1964 y 1965, no fue estrenada hasta 1969. Una historia de ciencia ficción, Solaris (1972), encontró menores obstáculos a pesar de continuar con las preocupaciones espirituales del cineasta, que aparecerían de nuevo en El espejo (1974), en la que empleó recuerdos fragmentarios de su infancia y poemas de su padre para crear una declaración personal que es también la biografía de una generación. Volvió a la ciencia ficción con Stalker (1979), que parecía una alegoría abiertamente religiosa y agudizaba el conflicto entre las autoridades soviéticas y el éxito internacional del autor. Después de rodar en Italia Nostalgia (1983), película sobre un compositor ruso del siglo XVIII que vuelve a casa a suicidarse, Tarkovski anunció públicamente que no volvería a la URSS. Mientras crecía su fama, apareció una colección de escritos suyos, y en 1986 rodó su última película en Suecia, Sacrificio, una coproducción internacional franco-sueca donde se percibe la influencia del maestro sueco Ingmar Bergman. Su muerte en el exilio  -murió en París de un cáncer pulmonar, a los 54 años- conmocionó a la comunidad cinematográfica rusa y las exequias de su muerte fueron una manifestación popular que evidenciaron la decadencia del régimen soviético. El entierro de Tarkovski se celebró en 1987, en el cementerio parisino de Sainte-Geneviève-des-Bois, después de renunciar Tarkovski en vida a ser repatriado a la Unión Soviética: “No retornaré al país que nos ha hecho sufrir tanto a mí y a los míos, ni vivo ni muerto”5, escribió. A su sepelio asistieron entre otros, dos personas significativas en el  mundo musical, el director y pianista Daniel Barenboim y  Mstislav Rostropovich, que interpretó, como no podía ser de otra manera, una Suite para violonchelo de Bach en su memoria. En la lápida de su tumba, un cruz eslava, un árbol y esta inscripción: “Al que vio al ángel”.
Con su nombre se instituyó un premio que recibió en 1989 el animador ruso Yuri Norstein.  

Fuente: www.epdlp.com


FILMOGRAFÍA:

El violín y la apisonadora (1960)
Premio de Licenciatura en el VGIK (1960).
Primer Premio en el New York Student’s Film Competition (1961).


La infancia de Iván (1961)
Premios:
Venecia: León de Oro (ex aequo con Crónica familiar, de Valerio Zurlini) (1962).
San Francisco: Golden Gate Prize al mejor Director (1962).
Acapulco: Primer Premio y Diploma por "Dirección poética contra la guerra" (1962).
Palenque: Cabeza de Oro (1963).
Varsovia: Premio del Club de Críticos de Cine Polacos a la mejor película (1963).
Lublin: Premio Czarcia-Zapa a la mejor película extranjera (1963).
Nueva York: Premio D. Selznick, Laurel de Plata (Premio de la Crítica Americana) por "la podereosa contribución de la película a la paz" (1963).
Delhi: Premio en el Festival Nacional (1963).


Andrei Rublev (1966)
Premios
Cannes: Premio de la Crítica Internacional —FIPRESCI— (1969).
París: Premio de la Asociación de Críticos de Cine (1969).
París: Estrella de Cristal de la Academia Francesa a la mejor actriz (1972).
Helsinki: Premio a la Mejor película del Año (1973).
Stradford: Diploma en el Festival Internacional (1973).
Premio Filtro (1973). Belgrado: Gran Premio (1973).
Belgrado: Premio a la mejor película (Sindicato de Trabajadores del Cine) (1973).
Belgrado: Segundo Premio del Jurado de la Audiencia (1973).


Solaris (1972)


Premios
Londres: Premio a la mejor película del año (1972).
Cannes: Gran Premio Especial del Jurado; Premio Ecuménico (1972).
San Francisco: Mejor Película; Premio del Jurado Interfilm (1972).
Panamá: Premio a la mejor interpretación femenina (Natalia Bondarchuk) (1973).
Carlovy Vary: Premio de la Asociación Internacional de Cine Clubs (1973).
Stradford: Diploma de Honor (1973).


El espejo (1974)


Premios:
San Vicente (Italia): Premio Italnoleggio de los Distribuidores (1979).
Milán: Premio Ubu (1980).
Taormina: Premio David-Donatello/ Luchino Visconti (1980).


Stalker (1979)
Premios:
Cannes: Premio Especial del Jurado, Interfilm y Premio OCIC (1980).
Avoriaz (Francia): Premio Fipresci el en el Festival de Cine Fantástico (1981).


Tempo di viaggio (1983), documental
Nostalghia (1983)
Premios:
Cannes: Premio Internacional de la Prensa, y el Gran Premio a la Creación Cinematográfica (ex aequo con "L'Argent", de Robert Bresson), 1983.


Sacrificio (1986)
Premios
Cannes: Premio Especial del Jurado, Gran Premio Internacional de la Crítica (FIPRESCI) y Precio del Jurado Ecuménico (1986).
Suecia: Premio Escarabajo de Oro a la Mejor Película del Año (1986).
Valladolid: Espiga de Oro (ex aequo), junto un premio especial a Sven Nykvist por la mejor fotografía, XXXI Semana de Cine de Valladollid (1986).

Más sobre Tarkovski

Fuentes:
Tarkovski, Andrei: Esculpir en el tiempo. Reflexiones sobre el cine. Editorial Rialp, Madrid 1991.
epdlp.com
youtube.com



 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Revista de Artes Nº 14 - Mayo / Junio 2009
Buenos Aires - Argentina
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