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Revista de Artes
Edición nº 15

Julio /Agosto 2009
Buenos Aires - Argentina

MUSICA / AUDIO

La calidad en la grabación

Ing. Leandro Sudera*

Introducción

            Al momento de juzgar una grabación se suele pensar en cómo debe sonar, en cuáles son los elementos que deben tenerse en cuenta para saber si es buena o mala.

Existen infinidad de variables para prestar atención al momento de evaluar: en la literatura se detallan muchísimos parámetros que hacen a que una grabación sea  "buena". Podemos hablar de "sound stage" o imagen, de la profundidad, del balance tonal, etc.... Todos estos son parámetros que hablan de la capacidad de la grabación de reproducir aquello que se grabó originalmente, respetando al máximo posible la "realidad".

 

Qué se graba

            Vayamos al comienzo del asunto. Para empezar, aclaremos que hablamos de grabaciones del mundo analógico. La situación ideal que imaginamos es la siguiente: músicos tocando en un lugar determinado, con determinadas condiciones acústicas y lo que queremos conservar es esa impresión. Queremos dejar registro de esa situación particular. Eso ¿o más? Queremos que el que escuche esta grabación pueda volver a estar en ese mismo lugar en el momento en que los músicos tocaban.


Narciso Yepes, Caracas, 1979

            Si esto último es lo que nos motiva a grabar y escuchar grabaciones -poder volver a sentir aquello que sucedió, con la intensidad con la que sucedió y pudiendo casi recrear las sensaciones que en ese momento provoco esa interpretación musical- estamos entonces tras la grabación PURISTA por excelencia. Existen además grabaciones musicales que no persiguen este fin, sino el de recrear artificialmente un espacio sonoro donde sumergir al oyente; pero a sabiendas de que este espacio no existe en realidad.

No es la finalidad de este articulo hablar sobre si unas son mejores que otras, la intención es sólo mencionar y aclarar que podemos dividir nuestros discos, en al menos estas dos categorías.

 

Qué se escucha

            Independientemente de en qué categoría se encuentra nuestro disco, al ponerlo en el reproductor tenemos internamente un deseo.  Seguramente el de dejarnos atrapar por esos sonidos que brotan de los parlantes, probablemente viajar por los planos que la música propone, quizás buscamos esa cadencia de notas que ayude a nuestra cabeza a irse un poco de los pensamientos corrientes y de lo que nos rodea para dejarnos llevar por un momento a esa otra realidad. 

            Qué infinitas posibilidades que abre el hecho de abrir una caja y poner un disco, pero, ¿y el sound stage, el balance tonal? Qué pasa con todas esas cosas que necesitamos para disfrutar de la música. ¿Realmente las necesitamos para dejarnos llevar por los sonidos? ¿Tiene que ver la fruición del hecho artístico con las especificaciones técnicas de nuestro equipo de sonido? La respuesta a estas preguntas es el eje de discusiones que vienen incluso de antes de la existencia de los equipos de sonido electrónicos y las grabaciones de alta fidelidad. 

Por los años 30, Walter Benjamin ya se cuestionaba que sucedía con las obras de arte al ser reproducidas por un medio técnico. La cuestión es qué pasa con el “AURA” de la obra al ser copiada o reproducida por un medio técnico para masificarse.  En un pormenorizado análisis, Benjamin describe cómo los medios de creación-reproducción de arte -tales como la fotografía, el cine y la grabación de interpretaciones musicales-, tergiversan el sentido original del hecho, desdibujan el “AURA”. Hacen que la copia no pueda “copiar completamente” al hecho original, quizás crean un hecho nuevo, pero no copian fielmente aquello original.

            Entonces, ¿qué buscamos al poner a sonar un disco?  ¿Podemos volver a recrear el momento en que esa música se ejecutó, si es que ese es el caso? Todo parece indicar que no es posible, pero lo que sí seguro es posible  es volver a recrear casi perfectamente aquello que se grabó.  Ponemos el disco, nos sentamos a escuchar frente  a los parlantes, preferentemente nos sentamos en el vértice del triángulo equilátero formado por los dos parlantes y, en nuestra posición de escucha, escuchamos…

            Se abre ante nosotros un nuevo espacio-tiempo contenido entre estos dos parlantes. Un espacio o sound–stage que recrea el espacio original de la grabación o nos sugiere un nuevo espacio artificial. Y un tiempo que ya no es el tiempo de nuestro reloj, es quizás el tiempo en que esa música se ejecuto, o un nuevo tiempo en que nos sumergimos con el transcurrir de los sonidos. Si la idea de la grabación es volvernos a situar en la silla de la sala en la que se interpretó la pieza musical, ésta deberá tener como dijimos una sensación de espacio sólida y consistente. Deberemos poder cerrar los ojos y ver, por ejemplo, a los violinistas adelante a la izquierda, los violoncelos a la derecha, un poco más atrás  las maderas y los metales, bien al fondo la percusión y así todos y cada uno de los instrumentos. Tal cual estaban ubicados los instrumentos en la sala, tal cual los debemos “ver” con nuestros oídos.  Además de verlos con los oídos, debemos escucharlos tal cual sonaban en aquella butaca de esa sala. Para esto es necesario que la grabación tenga el debido balance tonal, no tenga distorsión alguna (diferencia no deseada entre el sonido que llega al micrófono y el que se reproduce por los parlantes),  que todos los sonidos sean grabados respetando su nivel relativo a los demás.

 

Cómo se escucha

            Ya sea para poder volver a la butaca del teatro, o para recrear el espacio-tiempo que nos plantea el disco, se hace evidente que debemos disponer de los medios técnicos adecuados para que la magia suceda.  Ya que no nos es posible capturar el aquí y ahora del hecho artístico, al menos, gracias a los recursos técnicos, nos es posible volver al teatro a sentarnos en una butaca. Y es aquí donde queríamos llegar desde el comienzo.

            El disco que tenemos en la mano es la llave que nos abre la puerta de la sala y nos indica en qué butaca nos sentamos hoy.  Pero para que se dé el caso ideal, el puente debe ser invisible, la grabación no se debe escuchar.  En realidad ningún elemento se debe hacer notar. Sólo somos nosotros y la música.  Los elementos técnicos que intervienen en el proceso de la grabación y la reproducción son sólo el puente, el  medio, no el mensaje.

            Cuando ponemos a sonar nuestro disco-llave y nos sentamos a escuchar, en realidad lo que llega a nuestros oídos es, en el mejor de los casos, el sonido que llegó al-los micrófonos, pasó por estos, pasó por el grabador, pasó por medio soporte, pasó por el reproductor, pasó por el amplificador y al fin los parlantes junto a nuestra sala de escucha. Digo en el mejor de los casos, porque suele haber muchos más intermediarios en el recorrido de nuestra música. Para que el disco-llave funcione perfectamente es imprescindible que ningún elemento de esta cadena introduzca la más mínima alteración al sonido original.

            He aquí la clave de una buena grabación. La mejor es aquella que no se escucha, que es transparente a nuestros sentidos. También es importante que el resto de la  cadena de reproducción sea transparente. Para esto es necesario que ni el reproductor, ni el sistema de amplificación, ni el conjunto de parlantes-sala introduzcan modificaciones no deseadas en el sonido grabado. Dado que desde nuestro lado de consumidores de discos no podemos hacer nada por lo que ya se grabó, salvo buscar grabaciones de calidad, todo lo que podemos hacer es perfeccionar la otra mitad de la cadena.  A esto es a lo que se dedica HOLIMAR desde hace mas de 60 años.  

            Lo que tenemos a la mano, desde el reproductor en adelante sí depende de nosotros, y sí se puede hacer mucho por mejorarlo hasta casi hacerlo “desaparecer”.

* El Ing. Leandro Sudera es Gerente de Diseño de Holimar

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Revista de Artes
Edición nº 16 - Set/Oct 2009
Buenos Aires - Argentina