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por David Ghelman

 

NICOLO PAGANINI
Nicolò, te conocí desde pequeño, gracias a mi padre, campesino de sensibilidad especial, que me enseñó lo que es el sonido de un violín, allá en un lugar del mundo donde no había ni radio porque era un artículo de lujo. Mi padre, en su pobreza de dinero, poseía la fortuna de saber tocar violín "de oído". Vino a la Argentina, como muchos inmigrantes, buscando un poco de paz y posibilidades de vivir dignamente. Cuando algún violín estaba cerca suyo, él se las ingeniaba para acariciarlo y tocar alguna pieza que había escuchado, sin duda, en algún lugar de Europa. Yo, desde pequeño, lo escuchaba con admiración, pues no sabía cómo podía sacar tan lindos sonidos de "una caja rara, de madera, con cuerdas sobre las que pasaba un palito con unos pelos así de largos"… según me cuentan que yo decía…
Con el tiempo supe lo que era un violín, seguí disfrutando lo que mi padre lograba con él, sacándole sonidos hermosos, emocionantes en ese momento y aún en este instante, al recordarlo. Su capacidad para ejecutar el "vibratto" no la he vuelto a encontrar en ningún violinista. Lástima que no pudo estudiar ni dedicarse al violín... La dureza de la vida lo estaba acompañando permanentemente. Él y mi madre me dieron la oportunidad de estudiar violín. Es un instrumento concebido para que, quien aprende, entienda que, para lograr algo grato, uno debe esforzarse. Y yo me esforzaba, pero con alegría. Cuando uno empieza a estudiar, el violín atrapa a partir de la primera nota armoniosa que llega al oído. Entonces uno no quiere dejarlo nunca más. Cuando, con el correr del tiempo y, por las circunstancias de la vida, uno debe dejarlo, queda una sensación dolorosa en el alma. Es una parte de uno que ha quedado en deuda con uno mismo.
El violín me llevó a integrar una orquesta sinfónica en mi adolescencia y tuve la dicha de ver cómo mis padres participaran escuchándome tocar como integrante de la orquesta sinfónica de San Juan. Desde ese peldaño al que pude llegar, comprendí parcialmente la magnitud de lo que Nicolo Paganini, pudo lograr con esa "caja rara de madera con cuerdas"… Realmente no hay palabras para explicarlo. El corazón y su sensibilidad tienen un lenguaje imposible de describir con palabras. Por eso Ud. podrá escuchar el capricho …. de Nicolo Paganini con sólo clickear con su mouse sobre el lugar adecuado.
Sobre Paganini se ha escrito muchísimo, repetirlo aquí no tiene sentido, Ud. puede buscar en cualquier lugar de Internet datos biográficos sobre Nicolò. Acá sólo podrá escucharlo unos minutos. Mi deseo es que Ud. pueda disfrutar o emocionarse simplemente escuchando una de las muchas obras que Paganini compuso, en este caso interpretada por Shlomó Mintz. Podría extenderme sobre las dificultades interpretativas que presenta la obra, la pureza de su digitaciòn, etc., pero no vale la pena perder tiempo en temas que ya han sido tratados en muchos lugares. Paganini siempre despertó el deseo de escribir sobre él, y ni hablar de interpretarlo de la manera más aproximada a la que él ejecutaba. A mi entender, Mintz se acerca. Paganini está lejos, muy lejos, en el lugar de los semidioses del violín, al que no muchos pueden acceder.
Regálese unos minutos de virtuosismo. Nuestra revista se lo ofrece.
D.G.

Un momento en la vida de Paganini y Berlioz

Hector Berlioz: Memorias: Pág. 76 y 77 Centro Editor de América Latina .Año 1977
(…) Esa noche,(…) luego de finalizar la dirección de su obra Haroldo, Hector Berlioz, se encontraba extenuado cubierto de sudor y tembloroso, cuando en la puerta de la orquesta se acercó Paganini (que había ido a escuchar éste concierto por primera vez) seguido por su hijo Aquiles, gesticulando vivamente. Debido a la enfermedad de la laringe que habría de causarle la muerte, ya había perdido totalmente la voz y sólo su hijo podía oír, o más bien adivinar, sus palabras cuando no se encontraba en un lugar absolutamente silencioso. Hizo señas al niño, quien se subió a una silla y colocó su oído al lado de la boca de su padre escuchándolo atentamente. Luego, Aquiles, bajando de la silla y volviéndose hacia mí, me dijo:
--Mi padre me ordena asegurarle, señor Berlioz, que en toda su vida no ha sentido, en un concierto, la impresión que sintió hoy; que su música lo ha trastornado y que si no se contenía, se pondría de rodillas delante de Ud. para agradecerle.
A éstas extrañas palabras esbocé un gesto de incredulidad y de confusión, pero Paganini, tomándome de un brazo se esforzaba por decir con su voz ronca: ¡Sí!, ¡Sí! y me arrastró al teatro donde aún se encontraban muchos de mis músicos y se puso de rodillas y me besó la mano. No es necesario que diga el aturdimiento que me sobrecogió; cito el hecho nada más…
(n. de la r.: hay otros hechos magníficos en las actitudes de estos dos grandes de la música, remitimos a los lectores a informarse sobre la vida de estos dos hombres dignos y ejemplares.)