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Revista de ArteS
Buenos Aires - Argentina
Edición Nº 53 - Marzo 2016

 
   
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Acerca de los perfumes. VI.

Por el Dr. Felipe Martínez Pérez

     Es tópico, todavía, que buena parte de investigadores y de legos, cada vez que se refieren a los siglos medievales, no importa el aspecto tratado, se sienten obligados por vaya a saber que fuerzas extrañas, a hablar de oscurantismo, tinieblas, ostracismo y otros vocablos por el estilo. Sin embargo, basta con ahondar en aquel significativo milenio para encontrar la riqueza que se halla en la diversidad de los hechos de un proyecto global e individual que manifiestan aquellas sociedades europeas. Todo ello exige una mirada desprovista de generales negativismos y provista de mayor sensatez. La Edad Media está perfectamente dibujada y clara para quien quiera entenderla y posee, por otra parte, una imborrable documentación.

     Durante el Medioevo los perfumes y los cosméticos lejos de encogerse se disparan; el lujo impera en las capas pudientes que material e ideológicamente buscan su estamento. Basta con leer a San Agustín y a Isidoro de Sevilla para encontrar en sus escritos la manera indirecta pero real de asumir el lujo que brilla tanto como en los tiempos pasados. Los perfumes están a la orden del día, solo que reducidos cada vez más a la nobleza y a la propia Iglesia, que busca a tientas su propia verdad. Las fórmulas de los perfumistas médicos, también se hallan en los monasterios, y de sus herbarios salen algunas composiciones para las capas distinguidas que los demandan. En las escarcelas de los Cruzados se pueden encontrar, junto al botín de la guerra producto de la rapiña, las mejores y más complicadas fórmulas de los perfumes  de los pueblos mediterráneos; entre los cuales sobresalen los chipres. Sin embargo, la revolución de los aromas tendrá comienzo con los árabes en España, y después en Europa por la irradiación española. También por los asentamientos musulmanes en Sicilia y en el sur de Francia, concretamente en la ciudad de Grasse, por ellos fundada que, con el tiempo, se ha de convertir en la capital del perfume. Pero Grasse todavía debe esperar mucho tiempo.

     Varios siglos antes que los tíos de Marco Polo y él mismo, por el siglo XII, llegaran a Catay, los árabes ya tenían conocimiento de China, Ceilán, Sumatra y la India. Es decir, que habían recorrido buena parte de lo que después se llamaría ruta de las especias, y por lo tanto entendían y mucho de perfumes, de las materias primas, y de la manera de comerciar con ellas. Los árabes usan desde antiguo los perfumes con fines religiosos, al igual que después el cristianismo, y consideran que encuentran con el incienso la calma necesaria hasta permitirles un cierto arrobo y deliquio. Con el advenimiento de la religión mahometana se puede constatar que Alá no prohíbe los perfumes, contrariamente a lo que sucede con el cristianismo. Ni Mahoma ni el Corán manifiestan su contrariedad. El paraíso árabe es una  bellísima atmósfera perfumada por donde las huríes deambulan cimbreantes como las palmeras del desierto.

     En realidad este paraíso es un trasplante del que poseen en la tierra, aunque para muchos solo sea una ilusión o un espejismo. El moralista cristiano, por el contrario, piensa, que el perfume está bien visto en el templo, que es el lugar indicado. Por su parte los árabes y después los hispano-árabes suponen que la diana de  los perfumes son primordialmente las mujeres; de tal manera cosmética y mujer forman parte de la cotidianeidad de los árabes. Amantes de los perfumes descubrirán en ellos los más escondidos secretos de la sensualidad, y particularmente, participarán con verdadero ahínco en su desenvolvimiento.

     Es así que la sensualidad y el lujo refinado de los árabes se centra en dos objetos valiosos y volátiles, al punto que merecen guardarse en los mejores recipientes. En consonancia, mujer y perfume, quedarán guardadas respectivamente, en harenes y artísticos potecillos. La mujer será perfumada hasta la saciedad de manera que el perfume accederá  a las más absolutas tonalidades carnales entre un oasis y otro. Mahoma, rendida la jornada, dirá a quien le escuche que lo que más ama en la vida, son las mujeres, los niños y los perfumes, y el Corán no desentona en tal apreciación. Los poetas arrobados e inclinados ante estas mujeres perfumadas, atestiguan que después de tal experiencia resulta difícil  inclinarse y deleitarse con las rosas. Por su parte los cristianos que habían perdido el paraíso mediante la culpa, necesitan acceder a él a través de los sacrificios de la expiación. Para los árabes es esa sustancia entrañable de la culpa el lugar y meollo del paraíso prometido por Mahoma, que, como privilegio tienen buena porción de personajes de vida regalada.

     La mujer en el harén, exquisitamente afeitada y perfumada, tiene los ojos y los andares de las gacelas y en su ondulación, cimbrean acompasadas, las palmeras de los oasis. La cosmética en el harén acrecienta la belleza, crece, gana y seduce. Por otra parte es necesario llamar la atención, sobre el hecho fehaciente de que mientras las mujeres del harén echan mano de la cosmética para seducir, necesitan hacerlo de forma competitiva; en realidad son muchas mujeres y un solo hombre que, además, elige. La cristiana para los moralistas es réproba, pero hace oídos sordos y no se reprime; le molesta la culpa pero no le arredra. Cuando sale a la calle, casada, viuda o doncella, incitante y seductora, tiene para ella todos los hombres, y elige uno o más, o ninguno. La diferencia es abismal. También la diferencia de estos harenes con los que quedan en Arabia es enorme. Hay que destacar que a poco de instalarse en España, el harén no ha de ser el mismo, sino que por fortuna se perfilan más abiertos.

     Los árabes, maestros en los perfumes y maestros en el entendimiento de las sustancias que esconden las fragancias, no trepidan en sacrificios para conseguirlas. Herodoto cuenta como conseguían algunos de los perfumes más famosos. Es el caso de la cosecha del incienso rodeada de elementos míticos. “Es Arabia, única región del orbe que naturalmente produce el incienso, la mirra, la casia, el cinamomo, y láudano, especies todas que no recogen fácilmente los árabes, si se exceptúa la mirra. Para la cosecha del incienso sírvense del sahumerio del estoraque, una de las drogas que nos traen de Grecia los fenicios, y las causas de sahumarlo al irlo a recoger es porque unas sierpes aladas de pequeño tamaño y de color vario por sus manchas que son las mismas que a bandadas hacen sus expediciones hacia Egipto, las que guardan tanto los árboles del incienso… que no hay medio de apartarlas sino a fuerza de humo de estoraque mencionado” (1)

     No cabe duda que Herodoto es un gran fabulador, pero no es menos cierto que al envolver la historia del perfume con la magia de los mitos, los comerciantes árabes creaban preñados horizontes de ilusiones, acrecentando la calidad intrínseca de los perfumes. El perfume gana prestigio y valor añadido, al hacer público trabajos tan ciclópeos. Y según el mismo autor para la recolección de la casia, se cubren el cuerpo y el rostro con pieles dejando al descubierto solamente  los ojos, pues “nacida en una profunda laguna tiene apostados alrededor ciertos alados avechuchos muy parecidos a los murciélagos, de singular graznido y de muy gran fuerza, y así defendidos… con sus pieles los van apartando de los ojos mientras recogen su cosecha de casia”(2) Herodoto sitúa Arabia en los confines de lo conocido y como sucede en tales regiones surge con fuerza la fabulación como feliz envoltorio de la realidad. No es de extrañar, entonces, que la recolección de tales fragancias esté ceñida a tantas penurias y heroicidades para conseguirla.

     Este griego aplicado a la fundación de la historia, se siente inclinado a dar fe, que los sitios lejanos a su conocimiento real han de ser extremadamente diferentes y “como encierran unos géneros que son tenidos acá por los mejores, se nos figura también que allí son todo preciosidades” (3) Lo cierto es, que para los griegos que vivían cinco siglos antes de Cristo, entre la realidad y la fábula, Arabia era un vergel, un paraíso de aromas suavísimos, que para Herodoto rozaba lo divino. De tal manera, fabulación y perfumes marchan de la mano del misterio, como los gnomos seres subterráneos de 15 cm. y 300 gr. de peso, que es necesario aplacarlos con perfumes e incluso, cada día con uno distinto y de importante poder odorífero, al punto que con el tiempo, el obispo de Ratisbona, Alberto el Grande, debió interesarse por el asunto, dejando perfumadas fórmulas para mantenerlos a raya en pacífica coexistencia. Valga, el perfume del domingo, bajo los auspicios del sol:

       Azafrán, leña de áloe, leña de bálsamo, simiente de laurel, clavos de especias, mirra, incienso del bueno de cada uno un cuarto de onza. Más 1 grano de almizcle y 1 grano de ámbar gris.


El fabricante de perfumes - Rudolf Ernst

     El enorme caudal de conocimientos traídos por los árabes hará de Córdoba y Granada, centros de altísimo nivel, donde la cosmética se halla más adelantada que en las antiguas metrópolis de Bagdad y Damasco. Y en los nuevos desarrollos tienen gran trascendencia los alquimistas. Su mayor tesoro estriba en su imaginación prodigiosa, en los campos de la medicina y la filosofía. El afán de transmutar los metales para convertirlos en oro les llevará por los más insólitos y escorados caminos del conocimiento y en otras oportunidades por zigzagueantes laberintos. Tentados por conseguir la inmortalidad, como todo mortal que se precie, dejarán seso y razón en la penumbra de sus recámaras en aras del codiciado elixir de la larga vida o de la piedra filosofal.

     La alquimia trae un salto tremendo en la historia de la cosmética y de los perfumes. Siempre estarán en deuda con aquellos simpáticos personajes, y además la perfumería gana en fragancias, merced a la destilación y al continuo perfeccionamiento de los materiales de laboratorio. Retortas, atanores, alquitaras, alambiques, crisoles y hornos refractarios; se puede decir que la alquimia nace por el siglo XI, aunque en realidad ya tiene antecedentes un siglo antes. Los voceros esotéricos arguyen que tanto el Arcano como el templo de Salomón se pudieron construir gracias  a la ayuda prestada por la piedra filosofal, mientras que por el lado “científico” la alquimia se inicia  con Miriam o  María la judía, para algunos, hermana de Moisés, que habría descubierto el aparato para destilar denominado kerutakis. También esta María sería autora de dos prototipos de alambiques, llamados Dibicos y Tribicos. Y pasa también por ser la descubridora del Baño que lleva su nombre.  

(1) Herodoto de Halicarnaso. Los nueve libros de la Historia. Barcelona. 1947

(2) Ob.cit.

(3) Ob. cit.

VER LOS ARTÍCULOS ANTERIORES:
ACERCA DE LOS PERFUMES I:
ACERCA DE LOS PERFUMES II:
ACERCA DE LOS PERFUMES III:
ACERCA DE LOS PERFUMES IV
:

ACERCA DE LOS PERFUMES V:

 

 

   
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