Derechos reservados - año 1 - número 5

EL DESCUBRIMIENTO DE LA ESCULTURA AFRICANA

ANNA RICART*

Nuestro primer mundo, el de la Biblia y la Odisea, era el Mediterráneo. Las columnas de Hércules, que separaban el cielo de la tierra, marcaban su límite occidental. Allí el sol se hundía en la noche eterna de lo desconocido. Nadie se atrevía a traspasarlas... El mediterráneo baña las costas del norte de África. Fenicios, cartagineses, y romanos las habían recorrido o colonizado, pero un infranqueable desierto nos separaba del corazón de África que nos era por completo inaccesible.

Si los alisios soplan todo el año en dirección norte sur a lo largo de la las costas de África occidental, los monzones soplan alternativamente en los dos sentidos a lo largo de sus costas orientales... Con velas cuadradas y remos, nuestros fenicios, cartagineses y romanos consiguieron, como mucho, bordear las costas atlánticas del actual Marruecos. Los árabes, en cambio, llegan a Madagascar y a las costas orientales ya en el siglo VII, atraídos por el marfil y el oro que llega del interior. Es posible que existiera un comercio entre África del norte y la sabana sudanesa en los últimos siglos de nuestra era, pero durante toda la Edad Media sólo conoceremos la existencia de los pueblos de raza negra por los relatos de los escritores y geógrafos árabes. Después de la muerte de Mahoma, en efecto, la conquista árabe que llega hasta España, también llegara hasta el corazón de África.

Los monarcas de varios de sus reinos se convertirían a la fe islámica. Algunos incluso peregrinarán a la Meca. Los europeos tendremos que esperar, en cambio, hasta los años 1471 – 72 para que los navegantes portugueses Joâo de Santarem y Pedro Escobar lleguen a las costas de Ghana, Togo, Benin y Nigeria, y en 1482 para que Diego Cao llegue a la desembocadura del Zaire. Estos navegantes traen de aquellas tierras lejanas misteriososobjetos de marfil, oro, bronce y madera. A partir de aquel entonces irán llegando paulatinamente a Europa objetos africanos que traen, después de los portugueses, franceses, alemanes, ingleses y holandeses.

Indice

Escultura Africana

El Caballo en el Arte II

Cioran

¡Uy! La copa se rompió...

El Oboe

Fontanares del Jazz

Teatro Chino

El Taller de los Títeres

Wimpi

Pintura: R. Wullich

Tango: J. Burbridge

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Quienes Somos

Nos queda constancia de que el tesoro de los duques de Borgoña ya incluía en el siglo XV unas estatuillas africanas compradas a un “caballero portugués”. En 1668 un viajero holandés, Dapper, describe entusiasmado la ciudad de Benin y se fija en las columnas del palacio real, recubiertas de placas de bronce finamente esculpidas. Pocos años después, un jesuita, Athanasius Kircher, funda un museo en Roma, el actual Museo Pigorini, primer museo etnográfico, que contiene estatuas traídas del Congo en el 1695. Todos estos objetos, sin embargo, no son considerados obras de arte, solo “curiosidades” que atesoran algunos príncipes. Habrá que esperar a la colonización europea y a la creación de los grandes museos etnográficos para tener un conocimiento más amplio de estas civilizaciones y de sus objetos religiosos y funerarios. A finales del siglo XIX, coincidiendo con el gran ímpetu colonizador, se realizan gran cantidad de exposiciones que dan a conocer las producciones de los pueblos de raza negra: 1879 en el recién creado “Musée d´Etnographie du Trocadéro” en París, 1892 en Leipzig, 1894 en Amberes, 1897 en Bruxelles-Tervuren, 1903 en Dresde.

Las creaciones artísticas de los pueblos africanos no adquieren todavía rango de obras de arte, pero son juzgadas dignas de interés y estudiadas por etnólogos, sociólogos e historiadores. Si a finales del XIX el alemán Leo Froenius rinde a las civilizaciones africanas el homenaje que se merecen y Carl Einstein, en su famoso “Negerplastik”, publicado en Leipzig en 1915, advierte del alto interés artístico que tienen estas obras africanas, no hay duda de que serán los artistas, que a principios de nuestro siglo inician una verdadera revolución en las artes plásticas, los que, sacando la escultura africana del terreno puramente etnográfico, la elevarán a la categoría de obra universal.

En los primeros años de este siglo la sensibilidad estética occidental está en plena crisis. Al sistema de representación llamado “naturalista” por querer retransmitir de la realidad una imagen no muy distante de la que puede retransmitirnos una foto, se le quiere sustituir por otros modos de representación.

Fauvistas, cubistas, expresionistas, surrealistas, abren nuevos caminos y ensanchan todas las perspectivas estéticas. De repente, se encuentran con el artista negro que no se siente condicionado por la representación naturalista y desde siempre utiliza libremente la abstracción o la deformación para descubrir unas formas, proporciones y equilibrios más cargados de significado que le permitan retransmitir mejor lo esencial de sus sentimientos e intenciones. La fascinación será inmediata. Se atribuye a Vlaminck el mérito de haber sido el primero en fijarse en este arte.

Después de comprar unas estatuillas en un café de Argenteuil, cerca de París, adquiere aquella famosa máscara blanca que cederá posteriormente a Derrain y que será objeto de larguísimas discusiones con Matisse y Picasso. Con ella se inicia lo que irónicamente uno de ellos llamará “la chasse à l´art negre”. En 1920, Juan Gris escribe: “Las esculturas negras son una prueba flagrante de la posibilidad de un arte antirrealista. Animadas por un profundo espíritu religioso, son manifestaciones precisas y diversas de grandes principios e ideas generales. ¿Cómo es posible no admitir un arte que procediendo de esa manera, consigue individualizar lo que es general, y cada vez de una manera distinta? Es el opuesto del arte griego que parte del individuo para intentar sugerir un tipo ideal”.

La escultura africana ha entrado en los talleres de los artistas y recibe de ellos sus primeros títulos de nobleza, pero le falta todavía recorrer un largo camino antes de que se le reconozca su justo valor. Estos primeros objetos que tanto interesan a nuestros artistas son a menudo de calidad mediocre. Llegan pocos, o de forma indiscriminada. No se ha tenido tiempo de estudiar, ni seleccionar. Además, son muchos los prejuicios existentes. ¡Como es posible que pueblos primitivos, sin cultura ni historia, sean capaces de grandes obras de arte? A los perjuicios heredados de un pasado colonialista y de un presente todavía etnocentrista, se suma la ignorancia. Por mucho tiempo seguiremos aferrados a determinadas concepciones evolucionistas que nos impiden ver que otros pueblos se han desarrollado a otros ritmos y por otros caminos.

También nos será difícil reconocer que hemos sido muchas veces culpables de su cruel naufragio. Pero de esta África desconocida, tantas veces menospreciada, cuando no ultrajada, irán saliendo una tras otra obras maestras que dejaran boquiabiertos a todos. Bronces Ifé del siglo XV, terracotas Djené del XIII, estatuaria Hemba del XVIII, relicarios Kota del Gabón, máscaras Bambara de Malí, Figuras Bauolé de Costa de Marfil… La lista es interminable. De todas las regiones, de todas las épocas, sale a la luz pública una deslumbrante variedad de estilos. La escultura africana pasa finalmente e indiscutiblemente a formar parte del arte universal.

Reconociendo este hecho, la mayoría de los museos etnológicos han cambiado sus métodos de presentación para convertirse en verdaderos museos de arte. El Volkerkünde de Berlín, formando hoy parte del conjunto museístico de Dalhem, es bien representativo de esta evolución. Por otra parte, los grandes museos de arte, como por ejemplo el Metropolitan de Nueva York, no han dudado en abrir sus puertas al arte africano. En varios países se han abierto museos específicamente en este arte. El Musée Dapper, en París se ha hecho famoso por las retrospectivas que viene ofreciendo. Han contribuido decisivamente a este reconocimiento la constitución de grandes colecciones, principalmente en Estados Unidos, Francia, Bélgica, Suiza y Alemania, y al hecho no menos significativo de la incorporación de esculturas africanas en las colecciones de arte moderno. En España, con la excepción de unas pocas colecciones privadas y dos exiguos e infradotados museos de etnología en Madrid y Barcelona, la escultura africana está todavía por descubrir. No debería sorprendernos.

Después de haber celebrado durante cuarenta años el día de la raza y continuar celebrando a bombo y platillo la Hispanidad y el Quinto Centenario, sólo nos ha quedado un Museo de América cerrado por obras desde hace diez años.

*Galerista y Experta en Arte Primitivo residente en Barcelona, España.